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VIDA Y MUERTE EN EL SANBER

Lito trabaja en el Sanber hace más de 30 años
Lito trabaja en el Sanber hace más de 30 años

Son las siete de la tarde de un miércoles. Camino por Villa Crespo. Corrientes es un mundo de gente de lo más variopinta. El pulso de la ciudad se siente en esas cuadras, cerca de Scalabrini. Llego al Sanber. Vine para hacerle una entrevista a Jorge, el cajero que está siempre a la noche. Nunca fui un habitué del Sanber, pero por alguna razón la cara de Jorge es inconfundible. Cuando lo volví a ver una semana atrás, después de tantos años, lo reconocí enseguida. 

Hoy es Jorge, pero para nosotros siempre fue “el pelado de la caja del Sanber”. No “el cajero”. Porque no era simplemente el que te cobraba. A Jorge le pedíamos los juegos. Se daba vuelta y volvía con lo que deseábamos: en el mejor de los casos, la pelota y las paletas, pero si estaban todas las canchas ocupadas, nos conformábamos con que saque las pelotas de pool. Si esto también fallaba, bueno… siempre iba a haber un dominó o unas cartas. 

Jorge no sólo nos daba, también nos llamaba. Usaba toda su voz impostada para que, en el medio del quilombo nocturno, alguno se avive de que ese era su nombre. En el mientras tanto, nos apiñábamos a la caja como zánganos, viendo si llegaba o no llegaba ese que quizás nunca iba a venir y ahí poder saltear a un jugador de la fila. Era también a quien le devolvíamos los juegos, el que nos decía cuánto tiempo jugamos (el tiempo siempre pasaba tan rápido) y cuánto íbamos a tener que pagar. 

Por eso hablar de Jorge como “el cajero” simplemente no es suficiente. De alguna manera, Jorge es el lugar. Es la experiencia social que nosotros teníamos con el lugar. La infinita cantidad de mozos volaba de acá para allá, con papas fritas, cervezas, platos y vasos. Pero la interacción con ellos era relativamente nula. Sabíamos que Jorge podía tomar toda la comanda y darte los juegos, todo al mismo tiempo. Por eso era el infaltable, el playmaker, el 10, el que hacía a los otros jugar. El amo de llaves, de juegos. El que guardaba los elementos indispensables para que la gente hiciera lo que había venido a hacer. 

Por eso aquel sábado lo reconocí. Y cierta complicidad, la que dan los años, nos hizo mirarnos un poco más tiempo que el dado por el habitual pedido de cerveza. Pero su respuesta fue inesperada. Tenía que pedirla en la mesa y el mozo me la iba a traer. Ahora él sólo se encargaba de los juegos. Había delegado sus plenos poderes en otros. Ya no era el eje radial por el cual todo llegaba y todo se iba. Por decirlo de alguna manera, ya no era quien te veía nacer y morir en el lugar. Ahora uno podía ir al Sanber y apenas interactuar con él. La ecuación había cambiado.


Y me pregunté cuántas otras habían cambiado. Él no. Jorge seguía ahí, firme detrás de la caja. Frente a esa inestabilidad me aferré a él. Hace cuánto que laburaba ahí, le pregunté. La pregunta desató la respuesta mágica: “el miércoles que viene cumplo 30 años acá.” Así fue que decidí volver aquel día, el miércoles 14 de mayo de 2025, cuando se iban a cumplir exactamente 30 años desde aquel 14 de mayo de 1995 cuando Jorge empezó a trabajar en el Café San Bernardo. 


Desde aquel 14 de mayo de 1995 cuando Jorge empezó a trabajar en el Café San Bernardo. Vení temprano, me dijo. Así que a las siete de la tarde ya estaba ahí, solo con birome y anotador. 

Pero en la caja no estaba Jorge. Había alguien más, grande también. Me acordé de que Jorge me había dicho que su colega del otro turno también laburaba ahí hacía mucho, más que él incluso: 32 años. Era obvio que era esa persona. Me dijo que Jorge venía recién a las nueve. Demasiado, pensé. Me pedí un chopp y volví con la pregunta mágica:

—¿Hace cuánto que laburás acá? 

—“Desde 1993. Vi de todo, vi gente morir acá.”

Parado, Lito cuenta mientras atiende desde la caja a la gente que llega y se va, los invita y los despacha, ordena un café y sirve una cerveza, todo mientras habla conmigo. Con su tonada riojana acentúa ciertas sílabas de ciertas palabras, arrullando las erres y diciendo muchas cosas con su silencio. Ésta es la entrevista.


¿En esa época qué se jugaba?

Como ves ahora para el ping pong y el pool, que los anotábamos, en ese tiempo era para el billar. A toda hora. A la tarde era una locura. En esa época tenían calefacción. Eran buenas mesas, buenas mesas. Dos tenían calefacción y ahí se armaba la pelea por ver quién la agarraba primero. Nosotros acá teníamos 30-40 dominós y salían todos durante el día, eh? Hoy tenemos, no sé, seis y ni salen todos. Cartas, dados. 

Vos venías a esta hora y acá en esta zona tenías dominó y al fondo tenías 3-4 mesas de cartas, dados y más dominó. Mesas de ping pong había 2, pero nadie las usaba. Eran de madera que las habían mandado a hacer, así viejas. Y de pool sí, los fines de semana era una locura. Pero ping pong nada, y de un día para el otro arrancó con todo. 


¿Cuándo fue eso?

Más o menos en el 2000, 2001. Comenzó con todo. Y ahí cambió un poco todo porque los billares se fueron cambiando y algunos dejaron de venir y otros también se fueron muriendo. Sabés cuántos fallecieron acá… acá mismo. En el fondo también murió gente. ¿Viste la foto que está en la pared? era Oscar, al ping pong no le ganaba nadie. Él falleció ahí jugando. Él decía, “yo voy a morir jugando ping pong” y murió con la paleta en la mano, y un policía se la sacó... no la largó.


¿Cuándo fue esto?

Hace ya como 11, 12 años. Nunca me olvido. Era un día sábado, hacía un calor terrible. Y él era un tipo que no jugaba con cualquiera. Él miraba. Pero vos te ponías a jugar y te daba un paseo, nadie le ganaba. Era un show, no sabés cómo jugaba.


¿Qué edad tenía? 

Y Oscar tenía ya como 83 años. Ese día había pocas mesas de ping pong, eran como las 2 ó 3 de la tarde. Y vino un grupo de chicos y uno sabía jugar muy bien al ping pong, muy bien, un flaco alto. Y llega y pasa Oscar para el fondo. Y los muchachos estaban jugando y terminaron de jugar. Y él rara vez le decía a alguien, “che ¿querés jugar un partido?” Y ese día vio que jugaba bien el chabón y le dice, ¿querés jugar un partido conmigo?” Y el chabón le dice, “nooo, ya me voy” Y los otros le dicen “no, jugale” porque claro, pensaban que era fácil el viejo.  

Y comenzaron a jugar ¿Vos sabés lo que hacía Oscar? Te dejaba ganar el primer tanto, después te paseaba… Y los otros creían que el amigo de ellos lo iba a pasear. Y bueno, lo dejó ganar el primer tanto y el otro le comenzó a dar un paseo terrible. Y claro, los amigos se quedaban conmigo diciendo, ¿y este viejo de dónde salió? Los chabones se fueron y otros quedaron ahí. Y en un momento se le fue la pelota para el fondo y Oscar fue a levantarla, vino, quiso sacar y pum, se cayó ahí. Frito quedó. 

Los chabones que estaban ahí se quedaron helados. Ya no reaccionaba, fueron a buscar a la policía antes de que hubiera quilombo y el tipo estaba ahí con la paleta en la mano.

Yo me tuve que quedar acá porque estaba laburando en la caja. Fue tremendo. Un revuelo.

Y acá pasan esas cosas, pensá que es gente grande que viene muy seguido. Me acuerdo de uno que murió ahí nomás cerca de la caja, no me olvido más de esa.


¿Cómo fue? 

Este hombre venía de vez en cuando, pero no jugaba, miraba. Grandote, semejante tipo. Y ese día estaba acá uno al que le decían El Nene, que ya falleció, que tenía óptica por Acevedo. Y eran socios con otro, y venían todos los días a jugar al dominó. Ya venía tanta gente, que conocía algunos por el nombre, conocía a todos los que eran habitués, pero a él no lo concía. Y estaba yo acá y llaman por teléfono. Yo atiendo y me dice una señora, dice, ¿está Moisés? Le digo, señora, son un montón acá, dígame más o menos cómo es. Dice, un gordo, grandote. Y le digo al Nene ¿Nene, vos lo conoces a Moisés? Sí, dice, ¿cómo no lo vas a conocer? Es el que está ahí. Y viene el tipo, atiende el teléfono y se va para el fondo, donde antes estaba el baño. Y viene por allá ¿y sabés cómo venía caminando? Pero rápido, un tipo grande. Se paró ahí, se quiso sentar e hizo así. Puso los codos en la mesa y…pum cayó para atrás. Y ¿sabés qué? Fue como un baño de sangre y le hizo “pac”, le saltó el ojo. Impresionante. Impresionante. Todos, salieron todos. Nunca me voy a olvidar.

¿El local desde cuándo funciona?

El edificio es de 1912, pero el café tiene 80 años. Ahí está el fundador. Un año habré trabajado con él, falleció joven. Gran tipo. Es el papá del dueño actual. Buena persona. 


¿Los japoneses siguen viniendo? 

Vos sabés que en ese tiempo, cuando yo vine, hasta el 2000 y pico, yo venía el fin de semana y era una embajada acá, una locura todos los japoneses que venían.

Todo billar. Billar, sí. ¿Sabés lo que tomaban? Ginebra, limón y agua caliente. El 31 y el 25 de diciembre tenías que pelear para que se fueran. 


¿Vos qué hacías cuando laburabas acá antes?

Yo era solito, solito. Lavaba las copas, hacía café, hacía los sándwiches y atendía todo el matado.

Venían, te pedían 5, 6, 7, 8, 9 cafés. Y vos tenías que acordarte de todo. Liviano, cargado, cortado, café. No, no era fácil.


Café San Bernardo, Av. Corrientes 5436

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