DESDE EL UMBRAL DEL TIEMPO: LA FERIA
- AVC AMO VILLA CRESPO

- hace 15 horas
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Introducción

En “Desde el umbral del Tiempo” la vida cotidiana barrial de la segunda mitad del siglo XX discurre entre las colectividades típicas de la diversidad porteña. Recuerdos de niñez y juventud recrean el tono de la vidal; aromas, sabores y colores que nos introducen en las historias del ámbito familiar revividas en coloridas pinceladas de un sugestivo anecdotario. La narrativa fluye de vivencias autobiográficas y de decenas de testimonios aportados por vecinos villacrespenses.
El carrusel del tiempo gira sobre la identidad y las tradiciones, la amistad, los amores y desamores, en tanto una mirada profunda sobrevuela desde la infancia a la vejez, revelando sutiles y contradictorios vínculos que anudan la relación entre hijos, padres y abuelos, en el pintoresco contexto barrial de una cultura fruto de la inmigración. Por momentos una luz intensa alumbra sitios y personajes del barrio de Villa Crespo y el universo “sefaradí” (judeoespañol), del cual el autor desciende por vía materna.
LA FERIA

Nada más pintoresco, bullicioso y popular que la feria, notable institución que en la antigüedad como en mi infancia maravilló a la concurrencia con sus puestos colori- dos con todo tipo de alimentos, enseres y vituallas.
La historia de las ferias y mercados es casi tan antigua como la humanidad misma. En los barrios de la ciudad de Buenos Aires, en los años cincuenta y sesen- ta del siglo pasado, las ferias municipales tenían dos tiempos bien marcados que condicionaban su aspecto: la mañana y el atardecer. Con la primera luz del alba los feriantes ordenaban sus cajones de frutas y verduras, hormas de quesos, variedad de carnes, huevos frescos, fiambres, y en el medio de ese caos semi-organizado sobre- salían los ensordecedores cacareos de los gallináceos a la espera de ser decapitados y desplumados.
Los puesteros ostentaban orgullos sus pringosos y amarillentos delantales, y exageraban sus pregones a los gritos para vender sus productos a las matronas, que solían lucir vistosos batones rayados o a lunares en tanto arrastraban sus ruidosas sandalias y chancletas. De esa maravillosa Babel también formaban parte elegantes amas de casa de clase media, y no faltaban algunas finas señoronas acompañadas por sus sirvientitas, dispuestas a cargar las pesadas bolsas o arrastrar los changos repletos de compras.
Después del mediodía algo había cambiado: viejas chatas y camionetas ya se habían llevado la mercancía que los puesteros no habían llegado a vender.
Baldeados el empedrado y las veredas, quedaba ese típico vaho que inevitablemente merodeaba un largo rato por la cuadra. Todo lentamente se aquietaba, mientras algún menesteroso levantaba de los tachos de residuos los pocos restos útiles abandonados antes de que pasara el camión de recolección de basura.
Con el sol al oeste, y ya alejado el ajetreo, los fríos y solitarios puestos se- mejaban un gran cementerio de esqueletos de dinosaurios. Ese apacible momento de la siesta terminaba cuando desde los zaguanes asomaban nuestros iniciales berre- tines, juegos y artimañas. Entre esos fierros mudos desplegábamos un fenomenal ba- tifondo, el bochinche de nuestros jóvenes espíritus revoltosos. Y allí —encaramados sobre los puestos vacíos de la feria— éramos Tarzán, Gulliver o Peter Pan; nuestra ley era divertirnos, nuestro norte, la amistad. Despertaban la mancha y la escondida, pisábamos o quemábamos con fósforos los gusanos de choclos y manzanas que aún se ocultaban entre los resquicios de los adoquines.
En las tardes calurosas nos quitábamos las camisas y, sacudiéndolas, ca- zábamos bellas y desprevenidas mariposas multicolores a las que yo —culposo— fi- nalmente liberaba. La feria y los gnomos que habitaban en ella en el crepúsculo
del atardecer eran de nuestra entera propiedad. Nosotros éramos en aquel tiempo soberanos.
Lugar de fama fue la feria de la calle Padilla, que no era sólo patrimonio de mi cuadra, la municipalidad disponía que rotara cada tantos meses por distintas calles del barrio de Villa Crespo; no obstante, cuando sus puestos anidaban entre los cordones de nuestras veredas, y aunque muchos vecinos la maldijeran por sus olores y suciedades, nosotros disfrutábamos de su paisaje repleto de recovecos, seguro escenario para nuestros juegos, bromas y sueños. La feria, al fin, fue un inolvidable regalo a mi infancia y, por ende, ha pasado a ser propiedad grata de mi nostálgica memoria.
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E-mail del autor: cstempo2001@yahoo.com.ar
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