Estamos al filo del mes de enero y el calendario se convirtió en una cuenta regresiva. Febrero es sinónimo de Carnaval. Estos días frenéticos son de preparativos: cortar banderines y colgarlos en la Avenida Scalabrini Ortiz, ensayos, algún que otro trámite. En eso están Los Movedizos de Villa Crespo, la murga del barrio.
Por Malena Higashi
Fotos: Gentileza Los Movedizos de Villa Crespo
Detrás de un local con persiana baja sobre la calle Acevedo transcurrirá una larga entrevista que nos lleva a los orígenes de la murga, sus transiciones, el pasado y el presente. En la previa a uno de los ensayos de la murga Los Movedizos de Villa Crespo, nos reciben David Beltrán Nuñez y Andrea Giménez. El espacio está literalmente tomado por lo que parece una barricada de pomos de espuma Rey Momo. “Hay unos 7 mil”, arriesgan por ahí. Los bombos con platillo duermen por ahora en el piso de arriba y los trajes y galeras descansan sus brillos en los percheros.
La murga es un proyecto colectivo, no hay otra manera de pensarla. Todo se hace en equipo. Los Movedizos de Villa Crespo son una gran familia y si de analogías se trata podría decir que los padres son Andrea y Fausto (sus directores), el abuelo Teté Aguirre (un prócer de la murga) y uno de los tíos David (poeta y letrista). Es él quien toma las riendas de la entrevista y luego se irán sumando en un coro de voces los demás. Y de a poco irán entrando al local algunos de los Movedizos que esta noche ensayan.
“Como todas las murgas tenemos una relación fuerte con el barrio. Somos de Villa Crespo. Yo toco el ukelele y canto al lado del que al día siguiente me vende el diario. O él va a estar bailando al lado de su maestra. Pero además la murga se nutre de la historia del barrio. Lo describe. Tenemos a Pugliese, a Gelman a Atlanta como institución deportiva, a Paquita Bernardo que fue la primera bandoneonista. Todo lo que pasa en el barrio nos da tema. Este año vamos a estrenar una canción que es un homenaje a Pugliese, se nos ocurrió hacer una milonga”, cuenta con entusiasmo David. “Don Osvaldo de mi barrio / Le vamos a confesar / Que siempre quisimos verlo/ En noches de carnaval”, dice la letra.
¿Cómo está compuesta la murga Los movedizos de Villa Crespo?
Tengo 60 años y soy de los más viejos. En este momento hay una gran camada de veintipico pero que están en la murga desde que son chicos, 4 o 5 años. Hay adolescentes y preadolescentes, que son los más volátiles. Hay muchos chiquitos. ¡Y está Teté Aguirre, que tiene 85 años!
¿Qué busca la gente que se acerca a la murga?
Varias cosas pero creo que poder expresarse. La murga te permite eso. Yo entré tocando el bombo y ahora soy escritor. Vamos a hacer Palabra carnaval en la Feria del libro y en la Biblioteca del Congreso, se van ganando lugares. La posibilidad de expresión de la murga es importantísima. Es algo artístico. Queremos que lo que tenga calidad, no solo espontaneidad. Creo que también busca contención, somos una familia. Hace 22 años que estamos y hemos visto crecer a los pibes, que cuando entraron eran jóvenes ahora son padres y traen a sus hijos. La murga es muy pasional, eso es algo muy porteño. Si hablas con un tanguero, un rockero, alguien que ama el fútbol, todos te van a decir lo mismo. Somos así. Es esa mezcla de sangres.
¿Cómo se ve reflejada la cultura popular hoy en el carnaval?
Es algo que está en continuo movimiento como todas las culturas populares. Buenos Aires y esta zona, el Río de la Plata, es una cuestión de ebullición y cambios. Por ejemplo, desde hace varios años ves bailar a las murgas de determinados barrios y tienen un paso que es muy parecido al de los caporales bolivianos. Y eso es porque hubo una inmigración que va trayendo maneras de bailar. Constantemente se está generando algo nuevo. Y hoy en dia yo ya escucho por ahí algunos glosadores como yo que medio la rapean. Naturalmente les pasa. La cultura popular tiene esa dinámica, es el reflejo de lo que va pasando.
En medio de la conversación se escucha entrar a alguien agachando la cabeza para pasar por la puerta de persiana baja. Es el famoso Teté Aguirre. David resume su biografía: “es un viejo murguero, toca el bombo desde 1951. Tiene 85 años es el último, quizás, bombista puro. Fue Declarado figura ilustre de la cultura popular. Es luthier de bombos, enseña y escribe canciones. Cuando vas a un corso con él se le tiran encima, es como ir caminando con Mick Jagger”. “Un Maradona de la murga”, acota Andrea. “Bombistas asi de grandes ya no quedan. El vive acá a la vuelta. Es un prócer. Lo van a homenajear en el Congreso. Y a la vez tenemos pibes que traen propuestas nuevas y tocan la guitarra eléctrica. Eso es cultura popular. Y no en todos los ámbitos de la cultura argentina hay tanto respeto por los mayores. La murga lo tiene. Eso es porque hay mucha cercanía y un ambiente familiar”, dice David.
Más tarde llegará también Fausto Arce, pareja de Andrea y director (junto con ella) de la murga. “Antes no teníamos espacio ni voz. Hoy sí. Algunos cambios: la inclusión de la mujer y el hecho de que la murga empiece a interactuar, la posibilidad de entender que uno puede ser un gestor cultural. No lo entiende hasta que empieza a generar la interacción con otras instituciones. Generamos arte, vínculos, encuentro, eso es un nuevo rol. Cuando llega febrero todo se pone a prueba”. En relación a la inclusión de la mujer un dato es que en las murgas más del 80% de las participantes son mujeres. David resalta el trabajo de Las Bombas, grupo de bombistas dirigido por Flor Ruva en Parque Centenario.
El carnaval es tan solo una parte visible del trabajo que realizan durante todo el años Los movedizos. “Cuando termina el carnaval arrancamos con los talleres de murga. Si se arma alguna función salimos, o estamos acá laburando”, comenta Andrea. La conversación sigue y entra con su bici el hijo de Andrea y Fausto que hoy tiene 25 años y es el director de bombos. Como muchos de los chicos que componen la murga, creció con ella.
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Sábado 8 de febrero. Son las 22hs en punto. Hay una luna llena oscurecida por algunas nubes. Sobre la avenida Scalabrini Ortiz flamean los banderines. En vez de autos circulando se escucha el chillido de los pomos de espuma que amenazan por aquí, por allá. Sobre el asfalto están los Movedizos de Villa Crespo alineados. Adelante los chiquitos con sus madres. Después una fila de adolescentes, algunos de ellos aguardan, otros elongan. Luego los bombistas. Todos expectantes. Pronto les toca salir a escena. A lo largo del cordón que separa al corso las familias, vecinos y curiosos que vienen a disfrutar del espectáculo. Pasan lo minutos. Al escenario que está en medio de la calle van subiendo David, Fausto, Teté, las coristas. Los movedizos de Villa Crespo están por salir a escena. Se hace un silencio y en la oscuridad se escuchan los silbatos. De repente las luces, los bombos, los colores estallan con los primeros pasos. Parece una puesta en escena orquestada, pero Los Movedizos irrumpen en este escenario que es la calle y de repente hasta las nubes que tapaban a la luna se corren para dejarla ver también y hay aún más luz.
“Llega febrero, llega la noche
Llega la murga, llega el encuentro
Llega un latido que suena adentro
De un barrio de malvones
Y sobre el cemento,
Llegan entonces con poesía
Llegan con magia y con hechizos
¡Llegan señores Los Movedizos!”, recita David desde el escenario.
Si hay algo que llama la atención en todo el despliegue son los trajes, de color dorado, rojo y negro. Cada cual se hace el propio. Bordan las mostacillas y lentejuelas que arman las figuras o las frases que llevan escritas. “El arte callejero no es delito”, dice una de las galeras. “¡Pikachu!”, grita un nene señalando el muñeco amarillo de uno de los trajes. Otros: Rodrigo, Mickey, Mafalda, Mickey y Kitty. Todos se van mezclando en los trajes que se mueven de un lado a otro.
En el medio del tumulto se me acerca una mujer. “¿sos de China?”, me pregunta. “¿Estás escribiendo una nota? Vení, vení que desde ahí no se ve nada”. Me agarra la mano y esquivando la cuerda que separa al público de los artistas me lleva a una primerísima fila sobre el suelo. Ahora veo el escenario completo y Los Movedizos pasan bailando delante de mis ojos. La mujer se llama Eli y me cuenta que su hija Mica baila desde los cuatro años. “Ahora tiene 21”, sonríe orgullosa. “¡Ahí va!”, dice señalando. Micaela no baila, vuela. Lleva el ritmo y su traje es de los más originales: lo adaptó al de una cow girl murguera, en vez de galera lleva un sombrero rojo del lejano Oeste. Y cuando digo que vuela es en serio, pega unos saltos que la alejan unos cuantos centímetros del suelo. Resuena una frase de David: “La murga es pasional”.
Más tarde Micaela rememora sus recuerdos de infancia en la murga. Sus papás siempre presentes acompañándola (aún hoy lo hacen). Recuerda las tardes cosiendo trajes en lo de Andrea, ir cantando en el micro. “La murga en mi vida significa mucho, es una familia, nos conocemos desde hace años, hay mucho cariño y respeto. Es filosofía de vida ser murguero: estás mal o estás bien y el show tiene que seguir, salís a bailar”.
Hoy la calle es un gran escenario. “Que la murga es el lugar donde yo quiero vivir”, dice la letra acompañando. Aquí baila esta gran familia. Aquí están Los Movedizos de Villa Crespo haciendo otra vez historia en un nuevo capítulo del carnaval porteño.
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