El otro día hubo una fiesta, ya ni me acuerdo con motivo de qué, pero a alguien se le ocurrió proponer que fuera una fiesta de disfraces, y es difícil escaparle al entusiasmo que la idea de una fiesta de disfraces propone; lejos del duro fatalismo que arraiga cuando cada quien descubre que disfrazarse empieza por comprar cosas. Y esas cosas por lo general vienen importadas de afuera, donde tienen su idea de cómo tenemos que disfrazarnos nosotros y por cuánto.
Yo tengo la suerte de ser conejo, como que todo me va bien: me pongo una tira de gasa y soy un conflicto geopolítico, pero la mayoría de la gente tiene que imprimirle una tonelada de esfuerzo a componer un personaje. Tanto que al fin, cuando terminó la fiesta de disfraces en cuestión -que era en un centro cultural nuevo, donde bebimos, comimos, bailamos, todo espectacular, ahí en Thames y Barros Luque, a la altura del Tiamontina- la gente partió creyéndose la identidad asumida para el encuentro.
El hombre que atiende un local de venta de insumos para mascotas quedó policía un mes. Dirigía el tránsito, mangueaba pizza y medialunas. Lo iban a buscar los amigos y la familia, porque tiene dos pibes y una beba, lo iban a buscar con la los pibes y la beba, y el tipo se escapaba tocando el silbato por Corrientes.
Una tuvo la suerte de ir de tenista y hoy triunfa en Rolán Garros, o como sea que se escriba ese antro del tenis. Antes tenía una mercería y ahora es la número tres del mundo. La mercería le quedó a un Batman que la está remando, pero la saca adelante. Es simpático, eso ayuda un montón; pero no sabe un pomo de botones, ahí la pifia un poco.
Pero probablemente el caso más escabroso sea el de Walter, mozo del Bar El Gitano, en Warnes y Laringitis, que fue a la fiesta sin disfraz porque a él no le gustan esas cosas, como que le da un poco de ilusión cuando lo piensa, el tema del disfraz, pero después hay algo en el acto de armar el personaje que lo confunde en lo profundo, hasta el punto del malhumor total. Su pareja lo quiere convencer de que se ponga cualquier cosa, pero eso para él es lo peor, lo más abyecto, ir disfrazado de cualquier cosa.
Así que Walter fue así, como es él, y ahora ve a todos sus vecinos que son hadas, de pronto tocan en bandas de Glam Rock pesado, o se volvieron dibujitos animados, y él siente que se perdió la oportunidad de ser, qué sé yo, Meteoro, ni idea de con qué flashea disfrazarse Walter, nadie lo sabe, porque él no comunica sus pensamientos en relación al tema del disfraz, sólo sus emociones que para el caso suelen ser un setenta por ciento negativas.
Por un lado eso y, por el otro, Walter no sabe si en verdad él también no habrá sufrido una transformación en la fiesta, si no se habrá vuelto una exponencialidad de su propio ser: un disfraz de sí mismo. A veces cree que puede oír al Walter original en algún lugar de su mente: no se lo oye estresado. El Walter original más que nada canta temas de María Becerra como “El amor de mi vida” y “Primer aviso”. Un “Miénteme”, con Tini. O sea, canta la música que pasaban en la fiesta.
Walter disfraz tiene una teoría y es que Walter original sigue ahí, bailando en un tiempo paralelo, mientras el Walter disfraz mantiene la rutina en otro tiempo circular, aunque espiralado.
Cada día Walter disfraz espera llegar al trabajo y encontrarse con que Walter ya está ahí, para entonces sentarse a una mesa y pedir un café, capaz leer el diario. Ver las noticias en la tele con el volumen en cero. Terminar el café en dos tragos, quemarse un poco el paladar y pagar con lo justo, propina incluida; ni tiene que pedir cuenta, pero porque viene seguido, eh, no porque trabaje ahí. Ese es el otro Walter.
Mientras, Batman intenta descifrar qué será una rueda de alfileres chinos y ahoga un bostezo, exhausto porque anoche lo corrieron seis cuadras después de que quiso interrumpir un robo en avenida Córdoba y Maupassant. El policía sospecha que su pareja con los pibes y la beba pueden estar detrás -o peor, adentro- de un colectivo de la línea 42, por eso está listo para correr, el silbato en la boca ya emite débiles sonidos a causa de su respiración algo agitada. Ahora, cuando cambie el semáforo va a saber, ya falta poco…
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