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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

EL CLONEJO


Ya sé lo que voy a hacer apenas mejore un poquito este asunto de las inteligencias artificiales, ponele que onda en septiembre/octubre: fabricarme un robótico otro Yo. ¿Para qué? Pues a veces me sucede que no me alcanzo, me resulto poco, y creo que esto podría solucionarse con una versión digital, mejorada de mí mismo. Y no digo un robot esclavo que ayude con las tareas de la casa, que a mí en ese respecto me va más que bien; no quiero otro Yo para que me mime, si no que quiero un otro Yo para mimarlo.

Quiero un otro Yo que disfrute de mi vida, de nuestra vida, como si fuera el miembro menos famoso _y por eso el más relajado_ del jet set internacional: quiero un otro Yo que sea primo lejano de Leonardo Di Caprio en secreto. Sólo mi robótico otro Yo y yo sabríamos de esta conexión sanguínea con el éxito, y sólo la usaríamos para condimentar el vermut de los domingos con miradas que aludan impunemente al sabor aceitunado que deja la aceituna en el Martini, porque obviamente tomaríamos Martinis con aceitunas, mi robótico otro Yo y yo. Él a riesgo de oxidarse; yo, de irrumpir en una de mis tantas imitaciones involuntarias de Frank Sinatra.

Probablemente, con el tiempo, aparezcan los conflictos y debamos dividirnos el barrio; tal vez la calle Warnes sea un buen ecuador para nuestra guerra tibia, más que nada porque en Warnes las cosas cambian de nombre: Gurruchaga se hace Tres Arroyos, Malabia se convierte en Luis Viale, Acevedo renace Galicia. Ha de ser un hechizo que arrojó un mago de paso por el barrio cuando este aún era una comarca; un nexo de transformación que, al cruzarlo, genera un cambio de identidad inmediato. Por eso creo prudente que mi robótico otro Yo y yo evitemos las autopartes mediante la certera táctica de nunca tener un vehículo motorizado, de no poseer nunca ruedas, siempre alquilarlas, siempre subirse y bajarse, nunca controlar, nunca estar al mando; pero por sobre todas las cosas, nunca cruzar Warnes de la manito para no confundirnos y olvidar cuál de los dos se enchufa y cuál se mama, cuál fue fabricado y cuál tiene mamá.

¿Es el embriague del auto un pedal para empedarse? Son tantas las cosas que tengo para charlar con mi robótico otro Yo. Supongo que las conversaremos vía mail, o por videollamada, o por Telegram, él en Galicia, yo en Acevedo, él en Tres Arroyos, yo en Gurruchaga, él tan Luis Viale, yo re Malabia; podríamos también comunicarnos mediante el crecimiento de nuestra reputación, como hacía alguna gente durante la segunda guerra mundial, que buscaba la fama para que sus parientes se enteraran de que tenían una envidia bárbara.

Así, yo podría recibir lejanas reseñas de las columnas de mi robótico otro Yo, firmadas por Pepe Tornillo, en esa publicación barrial, “Adoro Villa Creplaj”; y a él podría hervirle el aceite cada vez que lo confundieran, en las noches con neblina, con su servidor, y le dijeran “qué buenas sus reflexiones sobre la primavera y el fin de año”.

Lo más probable es que con el tiempo mi robótico otro Yo sucumba a la tentación de fabricar su propio otro Yo; tal vez un otro Yo electroquímico. Digo esto porque supongo que uno siempre tiene que darle otra materialidad al otro Yo, para no caer en la de atarle los cordones por error, para no ponerse desodorante en sus axilas, para no ir al dentista con sus dientes.

Cabe la posibilidad, entonces, de que mi robótico otro Yo y yo terminemos por ser Legión, en cuyo caso, tal vez, deba volver Jesucristo a imponer orden y exorcismos. Es una de esas aventuras que tienen pinta de que terminan peor que el caracol que estornudó en el filo de la Gillette y se hizo dos caracoles, pero ninguno encontraba nunca las llaves.

Lo más difícil, probablemente, sea enfrentar la eventual muerte del otro, de los otros, si es que a ellos se les da la lujosa ventaja de morir primero; aunque esto habilitaría la opción de ir al propio funeral a hablar bien de uno mismo, y mal de uno mismo también, porque nada es así, todo bueno o todo malo, como nos enseñan el Yin Yang y la trayectoria televisiva de Marcelo Hugo Tinelli.

Así que ya saben, si pinta noviembre y me ven distinto, cambiado, no se acerquen; puedo ser un robot, pero también puedo estar a dieta para el verano y a esta altura, la verdad, ya no sé cuál es peor.

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