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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

DOS UNO (AÑO VUENO)


No soy un conejo religioso pero, si lo fuera, en este momento estaría rezando por cualquier cosa - y cuando digo cualquier cosa quiero decir: cualquier cosa que no sea el veinte veinte.

Digan “AUCH” si están conmigo; díganlo bajito, digámoslo juntos... AUCH.

En mi caso lo que mpas me duele es ilusionarme en este Enero de un año nuevo. Escribo esto de noche, con una lata abierta de medio litro -cuatrocientos setenta y tres centímetros cúbicos, para ser exactos- de cerveza industrial rubia, súper fresca. Alguien acaba de poner Ricardo Montaner en una casa vecina. Tengo unas ganas de ser feliz...

Pero entonces recuerdo el veinte veinte y tengo flashes, tipo Vietnam, semifundidos sobre un primer plano de mi rostro congelado en un rictus de pánico. Suena “Píntalo de negro”, y me veo con la máscara de plástico -porque los primeros cinco meses de cuarentena use máscara de plástico, tipo las de soldador, pero de plástico- avanzando inseguro por las góndolas del súper chino grande, el de Corrientes, porque el de la cuadra de casa los primeros meses cerró; y perdón si caigo en un estereotipo, pero es desolador que el súper chino de tu cuadra baje la persiana.

O sea, los he visto abiertos en Navidad, un primero de Enero, primero de Mayo, en año nuevo chino también estaban abiertos; para mí representan un oasis de consumo que me hace un Bien espiritual.

Por eso entiendo a veces a la gente que alimenta fervores religiosos, por mi relación con mi súper chino. Cuando voy, les rezo a los vinos, a los lácteos, a la abundante selección de bolsas de residuos que siempre me confunde y termino llevando o sábanas de dos plazas, o esas que, además de ser del largo de un short masculino de los ochentas, vienen hechas de un material semi-transparente en el que todavía se distinguen las vetas del petróleo...

Durante seis meses, entonces, haber ido al otro súper, el grande de Corrientes... la verdad que fue una crucifixión lenta y culposa. Deambular por las góndolas intentando descifrar la cosmovisión que coloca productos de limpieza junto a panificados, o que no exhibe fideos junto al arroz. Deconfiar de las mantecas de envoltorio amarillo, en apariencia campestres y deliciosas. Tratar de entender la posibilidad de que exista salsa de soja para hipertensos. O rodajas de cuarto kilo de muzzarela en barra.

¿Es un pecado volver a amar? Digo también, ¿podemos perdonarnos el pasado? ¿Podemos no volver a hablar nunca del veinte veinte?

En algún punto de la cuarentena, el súper chino de mi cuadra volvió a abrir, y yo volví a mi habitual rezo de compras, a mi rosario de productos; a la tranquilizadora falta de magia de lo cotidiano.

Tampoco fue fácil. La rareza era un escudo contra la incertidumbre; ahora, la incertidumbre normalizada es mucho más difícil de suprimir con boleros y panzottis de la cantina de Atlanta. Porque mientras hacíamos las cosas de otra forma, no éramos necesariamente nosotros mismos, pero es innegable que este soy yo, que estas son mis compras, esta es mi vida. Volver a mi súper chino fue reconocer un cambio permanente.

Y después empezaron todos con la jodita del año nuevo. Y empezó la vacunación. Y se aprobó La Ley. Salió un disco nuevo de Paul McCartney, que no lo escuché pero dicen que está buenísimo. ¿Me entendés lo que te digo? Tengo unas ganas de ser feliz. Pero me duele la ilusión. No todo volvió a abrir. ¿Podemos perdonarnos el veinte veinte y pasar al veinte veintiuno?

El otro día volví al súper grande de Corrientes, porque interpreté que tenía que meterle una bolsa de leña al asado de año nuevo, y en el súper grande de Corrientes venden bolsas de leña en la verdulería de la entrada. O sea que ni tuve que entrar al súper, propiamente dicho. Pero con solo acercarme, un mapa mental de productos apareció en mi mente, como un sexto sentido del consumo.

Hice compras mentales antes de irme. Me salieron baratísimas. Realmente es un buen súper el súper grande de Corrientes. Lo celebro. Quizá vuelva a recorrerlo algún día con mi lista de necesidades. Por ahora prefiero hacer de cuenta que fue parte de un periodo que no me corresponde. Que no fue del todo mío, que no me pasó a mí; me lo contaron. Es un secreto.

Nunca fui bueno guardando secretos. Disfruto demasiado el momento de la revelación. Sospecho que nadie es bueno guardando secretos. Por eso descreo de las teorías conspirativas, por el número de gente que debería ser buena guardando secretos que involucran. Pero eso es otro tema...

Lo que quiero decir es que llegamos, pero no le cuentes a nadie. No festejemos todavía, por favor. Banquemos un toque. Necesito un par de meses para desenroscarme. Si puede ser, denme hasta Julio. Capaz ahí vuelvan los memes de Julio Iglesias. Sería lindo.

Por ahora no me animo ni a desear. No sé qué voy a hacer en mi cumpleaños, cuando tenga que enfrentar la torta. Supongo que poner la mente en blanco, contar hasta tres, y soplar. Fingir, Lo de siempre. Dios mío, cuánto drama. No me entra en la telenovela. Ojalá sea un año bueno. Ahí está, lo dije.

Y si sale malo... vemos.


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