Es tan cierto que soy un conejo con suerte que apenas puse el título tuve que ir al archivo a buscar si ya no había titulado una columna así antes… y resulta que no, que era sólo una sensación repetida; un dejá bo, como le dicen en Uruguay.
Hoy, sin ir más lejos, me pasé la tarde comprando fiambre. Fui al lugar más top y al más bottom, y como this is Villa Crespo, en ambos lugares conseguí mercadería de primera. Quesos y carnes ahumadas con el perfume de un incendio forestal patagónico; aceitunas para subirle la presión a un globo pinchado; salamines para decorar carrozas primaverales.
Es que tengo el cumpleaños de mi niña, la conejita del medio, cumple siete. Y no va que me escriben de la redacción de la revista para avisarme que en esta edición se cumplen ocho años. Y ahora tengo de vuelta esa sensación de que esto ya lo dije, es otro caso de, como dicen los jóvenes de hoy en día, un Dee Jay Vu.
Ocho años, y acá seguimos. Orgulloso y agradecido de pertenecer a esta publicación indestructible.
Más que nada esta semana que ligamos unas pizzas de regalo de ivo.pizzagram, y me avisan por cucaracha que estas cosas se hacen más bien en Instagram, pero ya no sé bien dónde va cada cosa, el otro día encontré el control remoto de la tele en el freezer. Parece que me lo olvidé adentro en algún punto del 2019, a juzgar por el estado de la bandeja de camarones en la que estaba fosilizado.
A lo que voy es que la pizza esa era una medio japonesa, y me comí (entera) y ahí nomás dije, “soy un conejo con suerte”. Y en seguida pensé, “qué buen título para mi próxima columna”. Y, “¿pero no lo use ya antes?”. “¿Cuánta suerte puede tener un conejo para pensar dos veces que es un conejo con suerte?”. “¿Y qué me anda pasando con la memoria?”.
Ah, sí, cierto.
Bueno, pero la cosa es que este número soy pura emoción. Y pura meoción, que es cuando uno se entusiasma tanto que se meociona encima.
¡Acabo de encontrar la otra columna que se titulaba “Un conejo con suerte”! Sucedió en el número 26, si no me equivoco. La leí recién. No me preguntes de qué se trata. Contiene a Michael Caine, y al Dalai Lama que promueve su academia de yoga, desilusionado por mi abandono de la práctica de la meditación.
Revisando el archivo también veo que al principio se notaba el esfuerzo por encontrar una temática puntual del barrio en cada columna; eran otras épocas.
Ahora somos menos exigentes. Y cuando digo somos quiero decir yo, es que subí un poco de peso en la cuarentena. Somos menos exigentes en el sentido de que valoramos más las pequeñas cosas. Más que nada si son un montón de pequeñas cosas, tipo en una picada, que uno se encuentra un montón de pequeñas cosas para picar. Rollitos de jamón crudo. Tal vez un cebollín… Cosas que llaman al vermut.
Y hablando de brindar, salud. Ocho años. Un melocotón.
Pienso también que están mal elegidos los materiales de los aniversarios, tipo bodas de papel, de plata, de oro. O sea, la joda tendría que empezar por las de diamante, porque cuando tiene más valor invertir en una relación es al principio, ahí es que hay que poner todo, cuando hay riesgo. Si estamos juntos hace setenta y cinco años, que me regales un diamante es casi una ironía.
Pero, ¿de qué estábamos hablando? Ah, sí. Michael Caine. Parece que si uno dice my cocaine es como decir Michel Caine, con acento británico. Suenan igual. Lo leí en Internet. Alto dato.
En fin. Quiero decirles que estamos bien, los 33. Mi mujer, yo, y nuestros treinta y un conejitos que mañana cumplen siete, porque nacieron juntos el mismo día. Un parto tranqui, duró ciento cuarenta y seis horas. O sea que cuando nos preguntan cuándo cumplen los conejitos, la respuesta es del 07 de julio al 13.
Parece que vamos a adoptar un perro. Un perro con suerte, es todo lo que puedo decir.
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