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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

BAJO PRESIÓN



Ah, mis queridos Crespenses, henos aquí una vez más en vísperas de que algo importante suceda, que es el estado mental en el que -humildemente opino- hay que estar todo el tiempo, agazapado, como sabe estar el gato ante el potencial peligro: la única constante en esta vida. En fin.

Ojalá no hubiera hecho una introducción tan rimbombante porque vengo a comentar sobre algo súper pequeño, pequeñísimo, algo que en un simple tubo puede usted tener tanta cantidad como estrellas hay en la galaxia; hablo por supuesto de la sal. Resulta que anduve hipertenso.

Y cuando uno anda hipertenso descubre que hasta pelar una mandarina tiene alto contenido de sodio. Hacer dieta hiposódica en Villa Crespo es como buscar el Nirvana en la Rural, todo conspira en tu contra, empezando por las vacas, en el caso de la Rural porque son animales del jet set, y en Villa Crespo porque toman la forma del pastrón que las veinticuatro horas del día se cura en salmuera en algún rincón del barrio. Acompañado por su puesto de un pepino con un nivel de salitre que lo soltás en la laguna de Chascomús y te la seca, entera.

Pero sin duda la peor parte de un cambio alimenticio de esta índole es el constante favor que hace todo el mundo de transmitirte EL secreto para no extrañar al cloruro: te dicen por ejemplo que en vez de grisines uses bastones de zanahoria. Obsesionada anda la gente con los bastones de zanahoria. ¿Y podés creer que yo detesto la zanahoria? Sí, reíros: un conejo que odia la zanahoria, como un chino que no come arroz, o un profesante de la fe judía que le preguntan cómo esta y dice bien.

Ojo, rallada en ensalada, bien condimentada, o disfrazada en bolognesa o estofado, vaya y pase, pero en BASTONES. Dios mío. No se puede comer en público porque es como si te estuvieran repavimentando una vereda en la mandíbula del ruido que hace ese tubérculo. Si me ves masticando zanahoria sabé que podés contarme lo que sea, confesar cualquier crimen o pasión que es lo mismo que si me cantaras “La Cigarra” en arameo. No te oigo, es lo que quiero decir.

Pero bueno, ahora me cambiaron la medicación y no va que me pase fuerte para el otro lado y ando con el mercurio derretido, soy el modelo que inspiro a Dali a pintar esos relojes, chorreo como un heladero hecho de helado en un puesto al sol en el verano, que sirve helado de sí mismo.

Así que ahora, justificado por el bajón sistolo-diastólico, le sacudo un salero a una tarta, muy fugazmente, es el instante más cuidado de la televisión, apenas una lluvia tenue de falopa sódica. O lamo una aceituna y la devuelvo al frasco. O me hago compresas frías de arenque. Vinchas de jamón crudo, bandanas de mortadela… kipás de salamín.

Vivir rodeado por la sal, pero negarla, como la realidad. Ahora entiendo a Juan Luis Guerra cuando quería ser un pez. La verdad que parece mucho más simple la vida en la pecera. Menos opciones. Después todo tiene su truco, mirá si se te da que te convertís en pez y resulta que es un laburo bárbaro, hay que nadar todo el tiempo, no podés silbar. Hay que tener guarda con lo que se desea, porque capaz justo ese día el universo decide que es la primera y única vez que va a concederle un deseo a alguien, y elige el tuyo, y vos habías deseado una alcachofa de colores…

Se te va la vida en arrepentirte de esa alcachofa. Y la alcachofa, pobre, te tiene que ver sufrir, a sabiendas de que es por ella. Tierna por dentro, amarga por fuera, como todas. Por eso hay que ser más sabio, de alguna forma. No leyendo, eso es para giles. Hay que usar inteligencias artificiales y apps. Cosas del futuro que ya existen y que no estamos aprovechando lo suficiente. Después van a ser cosas del pasado y nos vamos a arrepentir, como con la alcachofa, es la misma historia.

He decidido que mi próximo plato permitido va a ser pizza. Sin jamón porque en el pecado hay que ser un toque virtuoso también. Obviamente no mucho porque si no deja de ser pecado. Lo justo y necesario… siempre.


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