Los primeros días de esta cuarentena que ya lleva 4 semanas, se me venían imágenes de una película coreana de zombies y otras de Melancholia, una película de Lars Von Trier en la que un meteorito amenaza con destruir al mundo. Hoy estoy en un tono más de comedia. Algo así como El día de la marmota. Pero me doy cuenta de que en realidad ningún día es igual al otro.
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Desde el principio me propuse llevar un diario sin éxito; mis días empiezan bien temprano cuando mi hijo Manuel abre los ojos y terminan en una especie de blackout en donde me quedo dormida dándole la teta. Cada noche lucho contra el sueño pesado porque sé que es el momento de silencio para escribir. Hoy es una de esas noches raras en las que triunfé. Estoy sentada frente a la computadora armando como un rompecabezas algunas escenas de estos días.
1. Terreno ganado: la terraza está a cinco metros de mi puerta, pero rara vez la habité. Desde que empezó el encierro salgo a dar vueltas con el cochecito hasta que Manuel se duerme. Llevo una manta que pongo en el piso, un termo con café o té y un libro. En los últimos días viví una escena perturbadora y una de película de Wes Anderson. La escena inquietante: escuchar un dron sobrevolando la terraza. En el silencio de cuarentena se escucha todo. Me gusta levantar la vista y ver alguna bandada de pájaros cruzando el cielo, ¿pero un dron? ¿Objeto de plástico sobre nuestras cabezas (e intimidades)? Una amiga me cuenta que en China se usaron para vigilar a quienes no cumplían con la cuarentena obligatoria.
La segunda. Desde la terraza veo los balcones de los edificios de la manzana. Un día se asomó un personaje con un balde de pochoclos que tenía en realidad ganchos para colgar la ropa y los fue poniendo a 10 cm de distancia en una reja cuadriculada. Uno al lado del otro en línea recta. Luego volvió con la ropa mojada y la fue colgando.
2. Soñar despierta: voy a empezar a hacer compost, armar la huerta, barnizar el mueble de madera de la cocina...
3. Libertad: Una amiga me cuenta que lloró en la cola del supermercado. Dice que la distancia social, el hecho de no poder hablar unos con otros la angustia. Días más tarde voy a vivir esa misma escena y una angustia similar: gente de caras tristes, no hay contacto ni conversación. Parecemos menos humanos de lo que somos. Otra amiga está varada en Singapur sin poder volver. “Es la primera vez que siento que no tengo libertad”, dice. Sus palabras me caen como piedras. ¿Hasta dónde hemos llegado?
Unas horas antes de la cadena nacional en la que el presidente anunciaría la primera etapa del aislamiento preventivo hice una corrida a Peperina, la dietética de la plaza, a buscar lo que para mi es indispensable: pan fresco, arroz y legumbres. Salí con Manuel en la mochilita para cargarlo y mientras asomaba la cabeza por los costados le dije: “mirá bien este paisaje y este movimiento porque por unos días no podremos salir y cuando podamos hacerlo nada va a ser igual”.