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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

UN CONEJO EXISTENCIALISTA


Otra vez verano. El tiempo es un chicle sin gusto que mastica un Dios ateo. No es mi frase. Me vino el otro día -que fui a comer a un restaurante Indio- en una Galleta del Infortunio, junto con los números 4 8 15 16 23 42.

Y al que reconoce esos números lo felicito por vivir en el pasado, que es el mejor lugar para vivir. El pasado reciente, digo. Acúsenme de Kirchnerista todo lo que quieran, pero escribo esta columna el 16 de diciembre de 2017, y la cosa está que arde.

Lo único que rescato de este verano es que ya puedo arrastrarme hasta cualquier bar de cerveza artesanal del barrio, ida y vuelta. Se están reproduciendo como nosotros.

Si querés tomar birra, sentate en la verada y lo más probable es que alrededor tuyo se erija un bar, probablemente con decoración de madera oscura y una lista con nombres de fantasía de más tipos de cerveza de las que es conejamente posible probar en una vida. Si ponen uno con juegos me radico en el local, con la familia.

Lo único que me frota medio mal del tema cervezas y sabores es la generalizada obsesión por las IPAS y sus derivados. Esa birra tiene gusto a pomelo, no me jodan. Hay quienes le agregan maracuyá a la mezcla, en un intento por desplazarse a un paradigma tropical utópico; pero todos ustedes saben que eso es escapismo cítrico, y a la realidad hay que enfrentarla con el aroma clásico de los cereales como la cebada, el lúpulo... y lo que sea que le pongan a la cerveza además de esos yuyos.

Cuando era chico me hacía llamar Capitán Lúpulo, anticipando la ola de súper héroes que hoy ocupan el olimpo de nuestro inconsciente colectivo. Pero a medida que diciembre avanza y en vez de petardos oímos otro tipo de explosiones, la cerveza resulta mejor aliada que Superman.

Por suerte el barrio a veces parece existir en un espacio-tiempo paralelo, donde padres dormidos pasean niños escolarizados por las mañanas, sabiendo que ya pronto acaban las clases y empiezan las colonias, y el hastío maravilloso de los planes cotidianos es interrumpido por tardes al sol, y quizás algún espacio verde. Estoy tratando de ser positivo. Temo que me produzca un esguince emocional.

En mi caso, ya pronto me voy para un pueblo del Uruguay a esconderme en la sombra. El Uruguay, donde la birra es artesanal e industrial al mismo tiempo.

En fin.

Si no vuelvo ya saben, me buscan por allá.

Salud!!

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