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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

PEPE BIGOTES, UN CONEJO SUBTERRÁNEO


Finalmente logré comprender que sólo quien es capaz de amarme con mis defectos, sin pretender cambiarme, puede brindarme toda la felicidad. No fue un aprendizaje fácil. La enseñanza es del maestro Jorge Luis Voorhees, la vi por casualidad una tarde en el subte. No esperaba encontrarme con la literatura así, cara a cara, pero sucedió, y me hizo envidiar la alta cultura que ostenta la línea “C”, versus las pacatas artes visuales de nuestra querida línea “B”.

Porque seamos sinceros, ¿quién entiende las artes visuales? Desde que el virtuosismo técnico dejó de ser virtud, no entiendo nada de nada de lo ofrecen estas disciplinas conceptuales. Nada de nada. La literatura por lo menos te enseña cosas. Como por ejemplo, esta frase a la que hago referencia, ¿qué nos dice? Nos habla de algo importantísimo, algo que yo ya sospechaba, y que es que siempre tengo razón. Y que el que me quiere así, me quiere de verdad, y los que me discuten pretenden negarme el acceso a algo tan básico como la felicidad. Mala gente...

El otro día, sin ir más lejos, estaba yendo en subte a un cumpleaños, que también era fiesta de disfraces. Yo iba disfrazado de conejo que va disfrazado de conejo. O sea que tenía encima dos disfraces de conejo. Tres, si uno quiere considerar la propia piel un disfraz. Yo no quiero, pero los hay que sí. Y al pasar por la estación Malabia/Pugliese, descubro en una de las paredes un mural en homenaje a los míos: un estudio cinético de las distintas etapas del salto de un conejo salvaje. Es obvio que se trata de un conejo salvaje, primero porque no lleva corbata, y segundo por la forma de saltar, que los conejos de ciudad ya no tenemos, adaptados como estamos al cemento, y al andar arrastrado de quien viene de o va a la oficina.

Me pareció ver también a otro conejo entre los juncos de otro mural, a punto de atacar a un tigre y seguramente derrotarlo, porque como todo el mundo sabe, la primera etapa de todo combate es mental, y si bien el tigre tiene un poco más de alcance que el conejo promedio, los conejos tenemos a nuestro favor la agilidad del pensamiento, y una paz interior que si es usada como arma, puede resultar letal. Después en Ángel Gallardo vi otro gran mural, que creo que tenía unos personajes de la Guerra de las Galaxias, pero no estoy seguro porque no la vi esa película. Se titulaba (el mural) “Pueblos Originarios”.

Y después llegué a la fiesta de disfraces, donde había cinco Gene Simmons, ocho enfermeras hot, y un montón de policías que se mezclaban con los que vinieron después a clausurar el local porque los vecinos estaban dale que dale con meter denuncias por ruidos molestos. La cosa es que al final me volví a casa menos mamado de lo que hubiera querido, pero con un montón de enseñanzas nuevas encima. La más importante es que hay que estar atentos al arte subterráneo, porque parece que ahí está la pomada.

Ah, y me avisan por cucaracha (antes usábamos palomas mensajeras, pero con el hambre que hay se las morfaron) que esta publicación de la que humildemente participamos cumple dos añitos, y queremos desearle feliz cumple.

De corazón...

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