@bardeviejes es una cuenta de Instagram que tiene un año y medio de vida y que visibiliza los bares de Buenos Aires que hablan de nuestra identidad y patrimonio culturales que están fuera del circuito de bares notables de la ciudad. En términos poéticos, es un acto de resistencia urbano, una gesta a favor de lo local, un mapa de las orillas. Esta es una ruta posible de los “bares de viejes” de Villa Crespo, con las historias de sus habitantes y sus trabajadorxs.
Bar Iberia
Av. Dr. Honorio Pueyrredón 1950.
Lunes a viernes 5 a 19hs, sábados de 7 a 12hs
El Bar Iberia nace con la guerra de Malvinas. De hecho, se iba a llamar Malvinas Argentinas, pero como Argentina perdió la guerra desistieron y le pusieron Iberia. Hace 37 años que acompaña a lxs vecinxs de Villa Crespo en la frontera con Paternal. Es un páramo silencioso entre autos, repuestos y working class heros. Como la mayoría de los “bares de viejes”, sus dueños son gallegos. Aladino me cuenta que vino de Lugo en 1958 y fue a trabajar de mozo en “Callao 40”, un bar en Congreso. Luego puso con sus hermanos el Bar Iberia en 1982 y se trajeron hasta las mesas de “Callao 40”. Hoy quedó Aladino a cargo del bar: Gerardo hace 10 años se volvió a España y Abel está enfermo. Lo acompaña Antonio, el mozo de toda la vida del bar. Cuando llegaron, Iberia solía ser una carnicería muy conocida llamada “Cap”: donde hoy están los baños y la cocina estaba la cámara frigorífica y aún mantienen los caños desde los que colgaban las reses. Iberia se caracteriza por la comida casera, particularmente las pastas: tallarines al huevo, de morrón, espinaca, ravioles, canelones, y platos españoles invernales como el mondongo o las lentejas guisadas. ¡Y los 29 hay ñoquis! El sándwich de crudo y queso también es uno de los más buscados por Warnes. Yapa: hay un corto documental sobre el bar en vimeo que hizo @romina.raymonda y que cuenta varias historias peculiares de Bar Iberia. Según los parroquianos, hay una “mesa maldita” en la que solían almorzar cuatro amigos y como se murieron tres, hoy nadie la ocupa. Otra historia de “los gallegos” es que siempre adoptaron una perra doberman bajo el nombre Pamela. Ya son 3 Pamelas en la historia de Iberia. Siempre doberman, siempre hembra, siempre Pamela.
La Morena II
Av. Ángel Gallardo 197.
Lunes a lunes de 8 a 19hs.
El Bar “La Morena II” hace más de 60 años que está en la esquina de Ángel Gallardo y Luis María Drago. Sus dueños solían ser españoles que tenían las propiedades aledañas al bar. Hoy lo manejan Gladys y Luis, hace 11 años compraron el fondo de comercio del bar. Ella es de Empedrado, Corrientes, y él mendocino. Luis fue gastronómico toda la vida, pero ya no trabaja más. Es Gladys Pelozo quien cocina y atiende el bar de lunes a lunes de corrido. Abre hasta los feriados, con excepción del 1° de mayo y las festividades cristianas. Hablo con Gladys mientras come unos fideos con salsa con una calma que sólo es propia de las personas que nacieron en el campo. Me cuenta que llegó a los 19 años a Lanús y le tenía miedo a todo: al tren, a la electricidad, a los autos. “Allá apenas pasaba un auto cada tanto”, me dice. En Empedrado trabajaba en la cosecha y criaba animales. Le pregunto por qué vino a Buenos Aires: ““Uno busca mejorar. El campo es para empeorar. El que tiene, tiene, y el que no, empeora. Allá hay que ser dueño de la tierra.” Gladys arrancó trabajando en casas de familia cama adentro: primero cuidaba niños y luego trabajó con una maestra a la que le planchaba y cocinaba. Vive en Once y se levanta a las 6 de la mañana para abrir el bar. Me dice que es de poco dormir, aún mantiene el ritmo de la tierra. Me cuenta que de niña sólo hablaba guaraní hasta que a los 7 años empezó la escuela y aprendió castellano. Su tío, que tenía estudios secundarios, la ayudaba con el idioma. Sus ancestros eran guaraníes y longevos: la señora que crió a su padre usaba chiripá y su abuela vivió hasta a los 102 años. Le pregunto por qué el bar se llama “La morena” y riéndose me dice que porque son todas morenas. Hoy trabajan 4 personas en el bar, Andrés está hace 2 años y medio como mozo y los fines de semana la ayuda su hija. El horario fuerte es al mediodía y tiene todos platos a la carta. Gladys recomienda los ñoquis y canelones caseros, la carne al horno, el bife y la milanesa napolitana. También hace pollo al horno, matambre a la pizza y guisos en invierno. El flan y el budín son caseros.
Gladys habla suave mientras sonríe tímidamente. Come junto a sus nietos que juegan con el celular. Le pregunto qué le gustaría para el futuro del bar y me responde que hace unos años su nuevo sueño es tener una heladera para exhibir tortas y especialidades pasteleras. A unos metros, hay una señora y un señor almorzando que vienen casi todos los días. La mujer tiene un saco negro y un pañuelo con un moño en la cabeza. Parece aterrizada de una película de Tita Merello. Se despide de Gladys con un “riquísimos” y “hasta mañana”. Sale del plano y salgo yo también.
Bar Lorena
Juan Ramírez de Velasco 212.
Lunes a viernes de 7.30 a 19hs, sábados de 8 a 13hs.
Empiezo a charlar con Joel Ruiz, que es mozo hace 30 años en el bar, casi la mitad de la edad del Lorena. Me sirve un té en esas tazas de vidrio transparente que tenía mi abuela. Joel es del Departamento de Villa Rica en Paraguay. Vino a Argentina en 1980 en busca de trabajo y pasó por varios oficios antes de llegar a la gastronomía: albañil, carpintero de obra, pintor. Después empezó a trabajar de bachero en una pizzería llamada “Full Call” en Pompeya que ya no está más. Ahora, en la esquina de Av. Sáenz y Esquiú, hay un Frávega. Después pasó a ser pizzero en otra que quedaba en Av. Pueyrredón y Tucumán. El dueño era Francisco Ríos Seoane, un gallego controvertido que fue presidente del Club Deportivo Español y llegó a tener alrededor de 180 locales. En “Lorena” hoy sirven cafés y sándwiches. El momento más álgido es a la mañana y tienen promociones de café con leche con 2 medialunas por $115, o un tostado con café con leche, $190.
Carlos arrancó a cocinar en el bar hace 29 años a pedido de su tío Manolo, uno de los antiguos dueños. Benigno, Manolo y Ángel eran los tres dueños anteriores del bar: no eran familia, si no partners in crime. Hace 18 años, luego de la muerte de Manolo, Carlos lo reformó y hoy se encarga junto con una de sus hijas y Joel del día a día del Lorena. Joel entra al mediodía porque a la mañana trabaja como taxista. Me cuenta que 30 años atrás Villa Crespo era una zona fabril: estaban el depósito de La Paulina y el de Sancor donde ahora está Plaza Vea. El bar abría a las 5 de la mañana y cerraba casi a las 23 después del vermú y la picada. Se solía jugar al truco los sábados, pero Carlos lo prohibió porque eran muy acaloradas las jornadas y ahuyentaban a los demás clientes. La historia del nombre del bar es incierta: la leyenda cuenta que uno de los dueños tenía una hija llamada Lorena y luego quedó porque una de las primas de Carlos se llama igual. Hace 2 años hacían minutas al mediodía, pero por la crisis económica bajó mucho la venta y los costos se encarecieron. Entra Coco, uno de los habitués desde que está Joel. Carlos me mira y define sintéticamente la esencia de un verdadero “bar de viejes”: “Esto es un club”. Tal como dice el cartel de bienvenida: “Lorena: una tradición en el barrio.”