Cuando cierra una sucursal de una poderosa cadena de comercios se ve un gran esfuerzo por borrar todo rastro de ese hecho. Se llevan los carteles. Opacan las vidrieras. “Acá nunca hubo un Carrefour”. Creen eso de que el fracaso es malo. Cuando cerró el videoclub, el almacén, el kiosco o la heladería de barrio, por años quedó algún cartel que el sol y la lluvia fueron interviniendo, modificando. Hasta fue y es divertido observar su devenir.
Jamás verás envejecer el cartel del Musimundo. Siempre es joven. Me imagino que debe haber un protocolo de qué hacer cuando cierran. Ni siquiera debe quedar a decisión de un empleado.
Esa idea del fracaso como algo negativo en vez de ser visto como parte del proceso, esa idea del capitalismo según la cual el fracaso es individual, como el éxito. Solo que para el éxito de algunos es necesario el fracaso de otros.
Es llamativo: gastan plata en que no se piense que perdieron plata. Porque en definitiva es esa sencilla metáfora. “¿Quién nos va a comprar si no somos gente exitosa?”
¿No sería mejor comprar a productores más sinceros, más veraces, más simples, más humanos, menos paranoicos?