Es sábado y es temprano, pero de a poco empieza a caer gente a 878, el bar con la puertita más emblemática del barrio. Julián Díaz, su dueño y creador -junto a su pareja Florencia Capella-, rememora la época en que con muy poca plata pero con todo el entusiasmo, apostaron todo a la idea de un bar diferente. Uno de buena calidad, con un producto fresco y que no se pasara con los precios. Para julián, la elección del barrio fue clave. “Villa crespo tiene un encanto particular, esa mezcla de una zona de tránsito pero con muchos vecinos. Tiene mucha identidad y nos gustaba pensar en un cliente del barrio. El lugar tiene esa mística de una casa de barrio anónima y perdida, está bien conectado, y el alquiler en ese momento no era demasiado oneroso”. Pasaron ya once años y el bar sigue siendo un éxito.
En el libro que publicaron a fines del año pasado, 878 Cócteles, recetas e historias de Buenos Aires, hay una frase que dice que un bar es antes que nada y antes que todo, su personalidad. ¿Qué fue lo que mutó y qué fue lo que mantuvo “el 8”, como lo llama Julián, a lo largo de todos estos años? “Hay una esencia que no cambió: la idea de calidad, de la materia prima, de trabajar con productos naturales. Después está la identidad local: estamos orgullosos de hacer coctelería argentina. El 8 tiene que tener siempre un anclaje porteño y localista. Sí fuimos cambiando nosotros. Cuando abrimos teníamos menos experiencia y una carta con muy pocos vinos, por ejemplo. Los bares no suelen cambiar tanto, pero la evolución es parte del 8. También cambia el público; hay gente que venía desde el principio y ahora están casados y tienen hijos”. El barrio también se fue transformando. Apenas lo abrieron, lo único que existía cerca era Sarkis. Con el tiempo llegaron la Esperanza de los Azcurra, La Crespo, Crespín, Malvón, empezaron a armarse circuitos. Julián aclara, “no solamente están los outlets, empezaron a aparecer actividades culturales y artísticas que hicieron que el barrio fuera creciendo. Es imposible para nosotros pensar el 8 en otro barrio, y al mismo tiempo nos gusta creer que el 8 tiene que ver con el barrio y que el barrio tiene que ver con el 8. Lo digo con un poco de ironía, no nos podemos adjudicar el desarrollo del barrio pero siempre reivindicamos estar acá. Que la historia del 8 tiene que ver con la historia reciente de Villa Crespo, eso seguro”.
Con la cabeza en enero y febrero, Julián dice que es la época más linda en relación a los tragos porque es el boom de la fruta. “Empiezan a aparecer buenas uvas, las frutas con carozo, el damasco, el durazno… Ni hablar de la fruta más tropical. Y ahí es donde las posibilidades son infinitas”. El trago que está tomando es un Negroni Sbagliato: lleva Campari, Cinzano y espumante. “El Campari es mi aperitivo favorito y va bien con todo. Este tipo de de tragos como el Negroni me encantan porque no son fuertes y son muy dúctiles; te permiten acompañarlos con una picada o tomarlos a lo largo de la noche y nunca te van a emborrachar muy rápido. Pero como tragos más estacionales me gusta la base de Campari con frutas porque va bien con los cítricos, y podés hacer tragos de jarra o tipo ponche, que están buenos para compartir. Ahora tenemos el Cynar Julep como uno de los clásicos de Buenos Aires y es uno de los orgullos del 8 porque somos uno de los primeros bares que lo tuvo en su carta”. ****************************** La pequeña puerta misteriosa abre paso a un gran espacio con su barra y sus mesas. Oscuridad y luz de velas. Suena un jazz tenue. La vieja casona aún conserva lo que parecen ser techos y pisos originales. Aparentemente data del año 1908, pero según el plano es de 1930. Julián dice que por los comentarios de los vecinos sin dudas se trata de una construcción de principios de siglo, en la época en la que la avenida Juan B. Justo era el arroyo Maldonado. Según cuenta, aparentemente nunca fue una vivienda. “Siempre tuvo destinos fabriles como la mayoría de los lotes grandes de la zona, antes había sido un club. Justo antes de que se instalaran supo ser una carpintería con casa de antigüedades. En algunos rincones del bar hay pequeñas pilas de troncos. En pleno verano me pregunto para qué servirán. Pero me gusta pensar que es algo que quedó de aquella vieja carpintería, un sutil homenaje.
Thames 878
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