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  • Foto del escritorAVC AMO VILLA CRESPO

ALE VENTURA, FLORESTA


Villa Crespo muta sin pausa. Tiendas de añares conviven con otras recién llegadas y en muchas ocasiones, como en ésta, una historia llega a su fin y en el mismo espacio empieza otra. Ésta, lejos de borrar las huellas de lo que estaba, guarda sus ecos generando un espacio nuevo donde las historias se entrelazan. Ale Ventura vive en el barrio hace más de quince años. Después de estudiar Bellas Artes, diseño gráfico, teatro y letras, casi sin planearlo vio abrirse una puerta que la adentró por completo en el universo textil. “Siempre me gustaron los colores, las telas, las formas. En plena crisis y sin trabajo, una amiga modelista que tenía su marca de ropa necesitaba alguien que la ayudara. Le pedí que me diera unas clases de moldería porque yo justo había heredado una máquina de coser”, recuerda Ale. La unión fue tan exitosa que en 2011 terminaron asociándose, y bautizaron a la nueva marca conjunta como Floresta, el barrio donde tenían el taller.

Con ella aprendió todo el recorrido de producción de una pequeña marca, por eso, cuando tiempo más tarde su socia se fue a vivir a Córdoba, Ale se animó a continuar sola. “Aunque la primera sensación fue de vértigo por tener que ponerme al hombro sola un proyecto en el que siempre había estado acompañada, me animé a seguir adelante”. Por esa época también comenzó a vincularse con diseñadores y amigos en otros proyectos que le dieron contención en la transición hacia su marca propia y que, de a poco, la llevaron a pensar en tener su propio local, un espacio que Ale imaginaba para que funcionara además como estudio y taller. “Quería que fuera como una casita, mi lugar de trabajo, no solo un local de ropa”, recuerda. Y un día esa idea se hizo realidad. A pocas cuadras de su casa, en la zona que se arma entre Dorrego, Juan B. Justo, Córdoba y Corrientes (a la que Ale bautizó como “triángulo de las bermudas”), el local de una antigua mercería un día bajó la persiana. No era otra que la mercería “Las chicas”, propiedad de una familia judía dedicada desde siempre al rubro. Ale conoce bien la historia: “El abuelo de las chicas tenía un taller de corte, su padre continuó en el rubro y luego las hijas atendían la mercería. Vivían arriba y abajo tenían su local. Teresa, una de las hermanas, todavía vive ahí”. El local estuvo dos años cerrado hasta que decidieron alquilarlo. “Me enteré porque vivo a dos cuadras de acá. Tuve una corazonada y llamé. Era el lugar que yo imaginaba, antiguo, donde podía poner una mesa grande para trabajar. Además, el espíritu de lo textil estaba acá”, cuenta.

Bajo esa premisa, el espacio fue remodelado sin perder su esencia (ni sus hermosos pisos antiguos), con percheros móviles y una gran mesa libro con rueditas, para adaptarse a diferentes momentos. En esos percheros ahora cuelgan los diseños de Floresta, “pero mañana se puede mover todo para armar un taller nómade, una lectura, una presentación”, cuenta entusiasmada.

En la gran mesa Ale se sienta a dibujar la nueva colección. Mientras, sus clientas de siempre y vecinas curiosas atraídas por la flamante vidriera se acercan para chusmear camisas, vestidos, remeras y pantalones, todas prendas de líneas simples y delicadas hechas con telas de buena calidad, ideales para todos los días. En sus diseños se nota un bagaje de distintas disciplinas. Será que para Ale la idea de intercambios y relaciones con otros está siempre presente y apuesta a que la cercanía con varias galerías de arte y otros colegas diseñadores le den una impronta especial a la zona que ya empezaron a llamar “el corredor Bonpland”. Ese es el encanto de Floresta, cuyo nombre, además de ser el barrio donde surgió el proyecto, tiene un significado que Ale descubrió más tarde, pero que llamativamente es todo lo que ella quiso que Floresta fuera: una reunión de cosas agradables y de buen gusto. Sin dudas, si Ale Ventura tenía un destino, era éste. Floresta, Bonpland 930. www.facebook.com/floresta.vestimenta

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