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  • Foto del escritorAVC AMO VILLA CRESPO

CONVENTILLO DE LA PALOMA


En 1886 abrió en el barrio la fábrica de zapatos “La Nacional” y sus dueños construyeron a pocas cuadras un complejo de habitaciones para los trabajadores de la empresa, en su mayoría hombres inmigrantes que llegaron solos al país en busca de trabajo. Cuenta la historia que un empresario llevó allí a una joven que, vestida de blanco, atendía en su pieza a los muchachos que buscaban recibir un poco de afecto. El lugar pronto fue conocido como “el conventillo de la Paloma” y el nombre inspiró el sainete que Alberto Vacarezza estrenó en el Teatro Nacional en 1929.

De a poco llegaron desde Europa las familias de los trabajadores y el hacinamiento llevó a los dueños a reformar las piezas y construir departamentos familiares. El siguiente dueño, Jaime Roitman, le alquiló medio lote a una fábrica que luego cerró; hoy ese espacio permanece desocupado e inaccesible y en las unidades que subsisten residen 17 familias.

Desde la muerte de Roitman en 2003, el conventillo es acosado por acreedores y poco se sabe hoy de la heredera. Para resguardar a las familias y salvarlo de la especulación inmobiliaria, en 2004 el Gobierno de la Ciudad catalogó al inmueble como patrimonio urbano con nivel de protección estructural, lo que impide su demolición.

Sin embargo, la posibilidad del remate aún amenaza la paz de los pasillos. Abel Acosta (foto) vive allí con su familia hace cuarenta años y es la cara más visible del lugar. Junto con los vecinos y varios legisladores de la Ciudad elaboraron un proyecto de ley para que la Ciudad compre el inmueble y les permita regularizar su situación habitacional, además de construir –en el sector desocupado- un centro cultural. Pero Abel asegura que hoy el proyecto está cajoneado: “es muy complicado, lo vamos manteniendo pero no podemos invertir porque por ahí te lo sacan. Acá todos laburan, queremos pagar”.

“Hacen falta en el barrio más centros culturales y en ese espacio grande se pueden hacer un montón de cosas...a mí me duele y por eso gestiono y ando por todos lados. Esta casa tiene su historia, por acá pasó Tita Merello y vienen personas y estudiantes de todas partes a visitarla”, cuenta orgulloso Abel, el guardián de las historias del conventillo.

Por Catalina Lascano

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