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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

BASTA DE FINES DE AÑO


Ay, meu Deus. ¿Qué te puedo decir? Si el universo quiere poner a prueba mi voluntad de ser alegre, pues alguien que le diga que se lo tome más con calma porque así me va a ganar en un set, y hay que darle espectáculo al público o no se venden los panchos que con tanto cariño preparó la Tía Úrsula.

Si vieran el diseño que hace en mostaza y kétchup la Tía Úrsula me entenderían; es importante que la Tía Úrsula venda sus panchos.

Creo que ya dije esto (creo que ya dije todo) pero, ¿por qué no eliminamos el año nuevo? Digo, para ahorrar gastos, ya que estamos en esa; si el tiempo igual es uno solo…

Porque si no estamos siempre en este empezar y terminar cosas que a mí por lo menos me produce un nivel no despreciable de angustia acá en el pechito: el imperativo de la fiesta, las botellas de cinco litros de champagne, las tortas de seis pisos, la big band tocando hasta el amanecer. Esas cuestiones que nos aquejan a todos.

Mucho más preferible sería tener un sinfín de días; eliminemos los meses también, y las semanas: que mañana sea el día uno, y después agreguemos un entero natural por día. Que no haya diferencia entre los calendarios y los rollos de números que se usan en farmacias y carnicerías para ordenar el flujo de clientes.

Hoy sacás el uno, mañana el dos, pasado el tres, y así. Reflejemos mejor este hastío en nuestro sistema temporal. Borremos del mapa las estaciones y los horóscopos, todos los feriados y las fechas patrias, incluso los fines de semana. ¿Hoy qué es? Ciento treinta y seis. Parece ciento treinta y cuatro, qué plato.

Podríamos ir reduciendo también de a poco el temita ese de los colores; instalemos lentamente un daltonismo universal. A partir de ahora sólo valen los colores en los que vienen los conejos: blanco, gris-blanco, blanco-gris, naranja, gris-naranja, negro, negro arratonado, marrón clarito.

A veces miro a mis catorce conejitos y entiendo que para ellos un día es un lustro. Los veo en el intento de recordar algo que pasó ayer del mismo modo que yo intento hacer memoria de hace cinco años.

Por ellos entonces pienso que no, que no debemos bajar la guardia y dejar que todo se haga sombras. Y entonces busco del fondo del cajón la remera más batik que me queda y me la pongo, y los invito a todos mis conejos a pintar, y nos pintamos las patitas y después corremos sobre hojas blancas y dejamos nuestras huellas: un salpicado de manchitas multicolores.

Después hay llanto a la hora del baño, a veces gritan los pequeños, a veces se rebelan los más grandes; pero es como decía la Tía Úrsula entre ponerle mostaza a un pancho y a otro: hay que reconocer las joyas en los ojos de los nuestros porque esa es la única posesión que vale.

Feliz año, mis valientes…

Chin.

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