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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

LA VIDA ES UN SÁNDWICH


¿Qué es un sándwich? Poner algo entre panes. Comer con las manos sin mancharse las ídem. Una intersección entre lo tradicional y lo revolucionario (digo, porque a mí el tema del sándwich siempre me gusta con un toque rupturista). Es el tiempo que no tenemos de sentarnos a comer. La poesía que algún día no vamos a leer. Es ver llover sin llorar pero con hambre, y después sin. La tristeza de las migas en el plato, tan pequeñas, no dignas del trabajo de llevarlas a la boca. Tan pequeñas, singulares, pero unidas por nuestro deprecio. Resisten por su debilidad absoluta.

¿Qué es un sándwich? Puede ser uno de pastrón y pepinos. Puede ser jamón y queso. Jamón y quiero. Mamón y muero. Son dos, o tres, o cuatro cosas, más condimentos. La mayonesa dorada y seca en el pico del pomo o del sachet. El kétchup oscuro y coagulado que impide la libre circulación del contenido por la salida del continente. Puede ser un símbolo de estatus el sándwich de miga, cuando las migas se unen para ser un pan sólo de migas, sin corteza, las migas juntas representan la elegancia que no corta el paladar ni lastima las encías. Oh, el sándwich de miga.

Puede ser también un signo de dominación extranjera cuando es hamburguesa, una hamburguesa hecha de carne machacada, con papas fritas, con huevo frito, también con jamón y queso, un sándwich que contiene a otros sándwiches, y que viene con un toque de hojas y tomate. Una hamburguesa completa y la cerveza artesanal, ¿qué onda con la cerveza artesanal? Porque a mí debo decir que me encanta. Veo en su lúpulo la opción de un futuro no mediado por grandes marcas, por la rígida repetición de las franquicias. Veo también que muchos miran con displicencia el auge de la cerveza artesanal, veo muchos (entre los que me incluyo) que dudan de la veracidad de su contenido alcohólico, si no cómo puede ser que me tomo mil y no estoy tan en pedo, ¿cómo, Dios mío, cómo?

La vida es un sándwich que lleva por panes nacer y morir. Estamos invitados a tomar el té, pero somos tan tímidos, tan prejuiciosos, tan de mirar el plato de los demás, que ni siquiera vamos a tomar el té, incluso dudamos de haber sido invitados sinceramente, creemos con sospecha que la invitación es una trampa, ¿quién se come nuestro sándwich? ¿Es nuestro sándwich nuestro? ¿Es la salsa golf algo más que mayonesa mezclada con kétchup?

Donde había una crepería en Malabia (¿es el crep un sándwich afrancesado?) ahora hay un almacén de cerveza. Pasan las modas. Comemos, bebemos. Las manos limpias. El growler me mira, vacío. Casi opaco, pero no. Puedo ver en su interior la falta de cerveza artesanal. Una falta que bien podría yo corregir con sólo caminar las cuadras que me separan del almacén de cerveza de la calle Malabia. Pero la vida es un sándwich y cada sándwich es una representación del universo, un todo cerrado entre panes.

Cuánto trabajo, por Jehová, cuánto, cuántas manos entre la tierra y mi sándwich, cuántos caminos, cuánta vida se deja en la carretera en el camino de la tierra a mi sándwich. Cuánto ha evolucionado la vida para llegar a estos panes, a estos cereales, a estas cervezas doradas por el sol. Madre mía, dame fuerzas.

Quisiera ser un tostado, pero soy simplemente un conejo.

Ah, y shaná tová para toda la familia.

Hasta la próxima…

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