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  • Foto del escritorPepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

UN CONEJO CON SUERTE


Siempre quise tener la voz de Michael Caine en Batman, particularmente en Batman 2. “Algunos hombres solo quieren ver al mundo arder”. Dramático...

Esto puede o no estar relacionado al hecho de que una vez vi en el subte de Londres –sí, en el subte de Londres- a dos hombres chocar por accidente. Uno parecía de clase más alta que el otro. No pregunten por qué. La respuesta es vagamente racista.

Después de chocar, los dos hombres intercambiaron breves palabras de agresión. Y lo que me quedó grabado para siempre es que el tipo que parecía de clase más alta le dijo al otro: “sí, sí, ojalá te ganes la lotería”. Pum. Ojalá te ganes la lotería. Como una maldición en yiddish.

Una maldición que, estoy seguro, tiene un efecto inmediato; la primera vez que la pensás, decís “qué idiotez, mirá si yo me voy a ganar la lotería”. La segunda, “¿y por qué yo no me ganaría la lotería?”. La tercera, “la única forma segura de no ganar es no jugar”. Y ahí ya estás adentro.

Ahora que la posibilidad de ganar entró a tu vida, ahora que pensaste en lo que harías con el dinero... todos lo estamos pensando ya. “Qué idiotez, mirá si yo me voy a ganar la lotería”. Esa es la fase uno.

Y todo esto me hizo pensar: ¿soy un conejo son suerte? La respuesta es abrumadoramente que sí. Tengo casa, tengo familia, vivo a pasitos del centro geográfico de la ciudad, y del subte. El otro día en la feria sustentable de nuestro barrio, el Chiri me regaló un pletzalej de pastrón, de esos que hace él, tan increíbles. No hay dudas de que la vida me sonríe.

Pero, ¿qué diría la ciencia al respecto? ¿Existe la suerte?

¿O es acaso como la física cuántica, que sólo existe cuando un niño cree en ella? Al final, ¿qué onda con el gato? Si nadie le dio de comer en todo este tiempo, ¿sigue vivo y muerto? ¿Alguien se fijó?

Típico de gato, terminar en un experimento mental sobre la naturaleza de las cosas. A un conejo no le agarrás en esa ni mamado. O capaz muy mamado, hay que ver. El alcohol tiene esa magia a veces, que te aumenta la inteligencia una bocha. Te ponés a hablar de lo que sea, sin pausa. Casi sin pensar.

Y hablando de no pensar, abandoné la meditación. Sí. Lo lamento por ustedes más que nada. Como decía el Diego hablando de la droga y de sí mismo, “qué jugador nos perdimos”. Yo pienso lo mismo. Capaz que seguía meditando y me convertía en el próximo Dalai Lama. O en el actual. No hay límites para la mente de un conejo.

Pero no, ya fue. Abandoné la práctica. Vendí la alfombra y los renos. Los hice guita. Así que parece que voy a ser yo mismo y listo. Malísimo. El que más desilusionado estaba era el Dalai Lama. Destrozado. Me escribió una carta. Me llegó en sueños. Linda carta. Emotiva. Mucha frase hecha espiritual, pero bueno, es el Dalai Lama, qué querés... No todos podemos ser Pepe Bigotes.

Ni yo me siento yo. A veces pienso en otros conejos con envidia. Sí. Et me. O como sea que hable el Latín.

Quiero decir que la suerte es vaporosa. “Hay que trabajar sobre uno mismo”, diría el Dalai Lama, en promoción de su propia academia de yoga, si tuviera algo de sentido comercial. Pero no.

Algunos hombres solo quieren ver al mundo arder.

Algunos conejos solo quieren más de lo mismo.

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