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  • Pepe Bigotes, un conejo en Villa Crespo

PEPE BIGOTES: DELFINES GO HOME


Día veintiocho, recién me entero que hay cuarentena; por un error de verano dejé el aire encendido en 22° y terminé por hibernar fuera de temporada*.

*Like si sos conejo y te pasó.

Me asomo a la ventana de mi casa y veo que afuera no hay nadie. Pienso: “groso, la reactivación económica llevó a la gente a vivir unas vacaciones extendidas en la costa, el merecido descanso luego de un durísimo 2019”.

Sin pensarlo dos veces, salgo a procurar mi desayuno, churros rellenos de dulce de leche bañados en chocolate -recomendación de mi nutricionista, la Dra. Waffles– y me encuentro con... la avenida Corrientes vacía, sin autos.

El efecto es psicodélico, como cuando entrás a darte una ducha, prendés el agua y sale de la canilla, porque la última vez te diste un baño de inmersión ya que te sentías un poco mimoso; pero al accionar la ducha, un chorro de agua helada impacta contra la desnudez de tu cuerpo y pensás, “pucha, me atacó el cambio climático”. Y eso te recuerda a El día después de mañana, película que me re marcó en los ‘90s y eso que salió en el 2004.

Exactamente eso sentí al ver Corrientes vacía, lo que enseguida me llevó a evocar otra película de los ‘90s, también del 2004, “28 días después”, en la que un flaco despierta de un coma en un hospital y no sabe que está en medio de un apocalipsis zombi, por eso pasea por una Londres vacía cual Caperucita, sin sentido del peligro. El colmo del paranoico: estar distraído el día que posta se pudre todo.

Voy por Corrientes hasta Scalabrini, hasta el Imperio que se erige en la esquina; veo las sillas están encima de las mesas y caigo de rodillas. Soy Charlton Heston en el final de El Planeta de los Simios, otra película que me impactó en los ‘90s, y eso que es de 1968.

Grito al cielo, “lo hicieron, malditos, lo hicieron”. Desde adentro del local me preguntan si quiero pizza y digo que sí. Me llevo tres porciones sueltas: muzza (obvio), jamón y morrones (guarda que no es kosher), y fugazzeta (porque aguante la fugazzeta).

Vuelvo con el paquete a casa y enciendo la tele, previo reconectar la papa que hace de antena. Me esfuerzo por digerir un especial de Chiche Gelblum en Crónica TV que me informa en apenas catorce segundos de todos los últimos acontecimientos; casualmente es el mismo tiempo que me lleva devorar las tres porciones de pizza que, comparadas con las noticias, son súper fáciles de digerir.

Las noticias:

a) un virus tiene al planeta contra las cuerdas, el llamado “coronavirus”. Todos estamos en cuarentena. Al final el fin del mundo es sin zombis, o los zombis somos nosotros, que lavamos los platos, cambiamos las sábanas, le gruñimos al celular, seguimos con las actividades de siempre en un apocalipsis que -contrario a lo que te vendieron en las películas- nos mata por el aburrimiento (a los que tenemos suerte).

b) igual parece que la cuarentena es una gran oportunidad para auto-cultivarse: hay teatro, cine nacional, literatura, todo disponible en la web; hay clases online de lo que sea. Pero con los pibes en casa, andá vos a aprender a decorar aljibes con mazapán, Miriam.

c) también parece que el alcohol “pone violenta a la gente” y la “incita a romper la cuarentena”, por lo que estarían declarando la Ley Seca en 50 municipios de 10 provincias. Esta medida llevó a que muchos salieran a “romper todo” en busca de un “vaso de botella de plástico recortado de Vittone con Manaos, al menos, o lo que sea”, generando una paradoja espacio temporal entre causas y efectos*.

*digo esto desde la comodidad de mi hogar, con un vaso de vino con soda. Sí, con soda. O sea, hablo desde el privilegio puro.

d) Alberto es el rey mundial de la cuarentena, con un índice de aprobación del 198%. Es el héroe de todos los hogares, salvo aquellos que contienen dos o más hijes, donde a esta altura están desarrollándose universos ficcionales más complejos que El Señor de los Anillos, con el mismo nivel de producción de vestuarios y utilería, pero sin Viggo Mortensen que -digámoslo de una vez- carga a toda esa franquicia sobre los hombros. Si Frodo no es Cuervo es un ingrato; lo mismo vale para Peter Jackson.

e) si tu sueldo proviene de la educación, es probable que hoy seas responsable de construir una versión virtual de vos mismo, cual Keanu Reeves encerrado en una Matrix que anda con Windows ’95. O sea que no anda para nada.

En ese caso, si tenés picos de estrés y te sangran las orejas cuando escuchás la palabra Zoom, no consultes a tu médico: pedí directo por Morfeo, y acordate, píldora azul. Siempre, píldora azul.

f) si trabajás en el sistema de salud, te aplauden a las 21:00 hs. Ojalá este aplauso continúe cuando en el futuro estos mismos trabajadores hagan un paro en reclamo de mejoras salariales, o mejores condiciones de trabajo.

Y que también el aplauso se extienda a todos los que hoy prestan los denominados “servicios esenciales”, ya sea en supermercados o recolectando basura. A todos aquellos que siguen con su trabajo para que los demás podamos estar en nuestras casas.

El otro día escuché “le dicen héroe al que no le quieren pagar lo justo” y me pareció una buena frase. Hay que recordar que esta deuda moral no se paga con ruido.

g) también parece que se escribe “Gelblung”. La pronunciación es engañosa.

Ahora, para finalizar, les queda un pequeño misterio por resolver a ustedes, digo, a la humanidad toda: qué va a pasar con el capitalismo cuando concluya el experimento global conocido como “la Tierra funciona mucho mejor sin humanos”.

Por todas partes florecen avistamientos de especies animales que se animan a pisar nuestro territorio, desde los delfines de Venecia a los lobos marinos en Mar del Plata. En el caso de los primeros, no nos engañemos, esos cetáceos vienen mirando el reloj más seguido que el hijo de la Reina de Inglaterra.

Yo ya sé que, si se acaba la humanidad, la semana que viene un delfín se muda a mí casa para usar mi Internet, mi ropa, todas mis cosas; sólo espero que la rueda cósmica del karma le haga heredar también mi neurosis, en cuyo caso podrá seguir atendiéndose con mi analista, que será a su vez reemplazado por otro delfín, que me atrevo a apostar será Lacaniano.

Y para los que dicen “se acabó el capitalismo salvaje”, por más justicia poética que inspire el hecho de que un virus destruya a este sistema parasitario, yo no entraría a la jaula del capitalismo a darle un abrazo de vencido por ahora.

El “capitalismo salvaje” no es un animal que se caracterice por perder con dignidad, y entre mis habilidades genéticas no está la reconstrucción de miembros perdidos.

En todo caso, el capitalismo será como aquel pasea-perros que se hace el copado, el que te cuenta detalles de la vida interior de tu mascota, el que te dice a qué personaje de Friends se parece -“es Re Monica”- pero en verdad cada vez que saca a tu perra de tu casa la ata a un caño para ir a fumarse un ídem; todo para mantener el negocio andando y que vos no descubras que también podrías pasear si no tuvieras que entregarle la vida a ese laburo que te está exprimiendo tus mejores años, Miriam... tus mejores años.

Quizás el virus, en ese sentido, sea el menor de nuestros problemas; tal vez ahora, con esto, generemos anticuerpos a la enfermedad que traíamos de antes bajo el disfraz de “buenas costumbres”.

Por lo menos eso opinan muchos optimistas de la crisis como Slavoj Zizek y David Lynch, en un cóctel explosivo de adorables personalidades e ideas más difusas que declaración telefónica de Diego Armando Maradona.

Sin embargo, si lo tuyo es más la “filosofía coreana” y la televisión abierta, parece que vamos hacia Guatepeor, y que en el Nuevo Orden Mundial vas a laburar veinte horas por día para tu tostadora, que encima te espía, y ni siquiera te hace las tostadas.

No sé...

Todo esto es una gran incertidumbre. El otro día me encontré en el intento de apagar un espejo con el control remoto de la tele. Cuando me di cuenta de mi error, quise cambiar de canal, o al menos bajar el volumen. Pero nada. Supongo que el control se habría quedado sin pilas. Lo entiendo, nos pasa a todos.

Por eso, sólo espero que sigan bien, y recuerden que esa es la parte clave: que sigan. El resto es optativo, y sumamente variable.

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