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  • Leticia Obeid

NOTAS DE LA CUARENTENA

Actualizado: 17 mar 2021

28 de marzo de 2020

Nunca pudimos vivir una interrupción o disminución del shock urbano como ahora. Tan global y simultánea. Una vez más, haría falta un Walter Benjamin para escribir sobre esto.

El zumbido permanente del tráfico en Av. Corrientes ya no existe, sólo se oyen ruidos muy bien diferenciados de los escasos colectivos y autos que pasan.

Nuestros cuerpos están acostumbrados a mucha más exigencia. Salir a la calle ya es una exigencia cotidiana. Ahora nos sobra la energía y ese sobrante nos embota.

Los animales retoman los espacios. No sólo los ciervos y los delfines, también las ratas, las pulgas y las lagartijas. Una de esta madrugadas me desperté y leí una nota sobre eso en el diario. Cuando fui a la cocina a hacerme un té, ya decididamente despierta, vi el rastro de agua que una rata dejó yendo del lavadero a la bolsa de comida para perros, una huella de unos diez centímetros de ancho, saliendo del desagüe. Lo sé porque ya me pasó antes. Volví a tapar el hueco con un tacho de pintura.

A los pocos días de empezar la cuarentena los edificios de toda la manzana empezaron a pacificarse y ahora terminan el día cada vez más temprano. Veo las luces apagarse en el pulmón de manzana, antes de la medianoche. La nena del departamento de al lado, que todas las noches lloraba por una hora, ya no lo hace. Está viva, la he visto en el balcón, y parece más contenta.

El pelo y la piel me duran mas tiempo limpios porque no hay smog.

La casa tiene menos polvo y no se hacen esos bollos de pelusa que hay siempre. Limpiar se ha vuelto más sencillo.

Transpiro más y con olor, como si estuviera sacando la ansiedad por los poros.

Durante el día estoy bien y como igual que siempre, pero más sano porque es todo casero; por las noches siento un dolor punzante en la boca del estómago.

Recién ahora estoy pudiendo escribir un poco, leer, alguito, dibujar o ver una peli. Todo de a bocaditos pequeños.

29 de marzo

Ayer viví tres cosas muy intensas, a la distancia. La muerte de la mama de E.; un llamado de la radio del pueblo; una fiesta de cumpleaños en Zoom.

Me desperté tarde, pensando en E. y cuando miré el teléfono había un wasap de ella diciendo que su mamá había muerto en la madrugada. Aún no he logrado comunicarme con ella así que no sé bien qué pasó, pero sé que no es corona virus porque me lo dijo M. Durísimo no poder acompañarla físicamente.

A la tarde me llamó un amigo de mi pueblo que está haciendo una programa de radio todos los días de 5 a 8 de la tarde, en la FM local, para entretener a la gente. Charlamos un rato al aire, me preguntó por el libro y le conté, me pidió que leyera una partecita y le dije que había elegido un fragmento triste y otro alegre. Leí el triste, silencio. Leí el alegre, que es un pasaje donde él es uno de los personajes. Lo agarré de sorpresa, se reía, lloraba, todo junto. El teléfono de la radio estalló y ahora no paro de recibir pedidos de amistad en Facebook. Me quedé con la sensación de que el libro ya ganó lo suyo.

A la noche me conecté a un grupo de zoom para festejarle el cumpleaños a V. Abrí una botella de vino blanco, llené la hielera y, como soy tan puntual, llegué primero y los vi aparecer uno a uno. Ver sus caras en movimiento y sus gestos me alegró todo el fin de semana, aunque bailar con el sonido entrecortado fue difícil. Cuando me cansé me fui sin saludar, todavía quedaban algunos charlando y bailando.

3 de abril

Hice compras como para no tener que salir a abastecerme por un buen tiempo. Fui al DIA y compré cosas que nunca compro, como leche condensada, o pescado congelado. Fui a la dietética de mi cuadra y me atendieron con la misma lentitud e ineficiencia de siempre, es exasperante. Y cara. Después fui al chino de la vuelta donde ya no atienden los más viejos sino los hijos, y no dejan pasar a nadie, es como un almacén que da a la calle. Les quise pedir un lampazo para lavar el piso, de esos que son como una cabeza con mechones y se enroscan en el palo, pero fue tan difícil explicarles lo que era que me di por vencida.

Alcohol en gel no hay en ningún lado excepto en Farmacity, me dijo un empleado del DIA. No quiero caminar cinco cuadras por Corrientes y además odio a Farmacity y ahora más que nunca. Seguiré arreglándomelas solo con lavandina y jabón.

Frente al super está mi autito, que quedó tirado ahí hace veinte días. Está cubierto de hojas y caca de palomas. Lo miro con nostalgia y amor prohibido.

Esas son mis únicas salidas a la calle, y día de por medio saco a mi perrita a dar una vuelta muy corta. Ella sale con más desesperación que de costumbre y a la vuelta le lavo las patas y queda ofendida por un buen rato.

Siempre hay policía en mi cuadra, desde antes. La noche que Alberto anunció la cuarentena, antes de las 12 me fui a comprar medio kilo de helado y los heladeros, que son kirchneristas fanáticos (contra la estadísticas: él es cordobés y ella es uruguaya), estaban contentos con la medida aunque ellos no iban a cerrar la heladería. No sé qué habrán hecho estos días porque no volví. Estiré el helado todo lo que pude pero me duró solo el primer fin de semana.

Los vecinos iniciaron la cuarentena con una discusión fuerte en el wasap del consorcio. Confieso que eché un poquito de leña al fuego. Había dos que querían que la encargada del edificio, que no vive acá, siguiera viniendo todas las mañanas como siempre. Yo quedé del otro bando y al final ganamos. Ahora tenemos que limpiar entre todos, una vez cada uno, menos los que alquilan, criterio que no comprendo porque los espacios comunes son de todos, pero ya no quiero polemizar. Me guardo los petardos para alguna negociación.

El sonido es lo que más ha cambiado en este tiempo, y es lo que más agradezco. En la manzana hay una escuela primaria privada y de doble escolaridad. Es una fuente de ruidos que al principio parecen simpáticos y luego se van revelando como una tortura. El acto del comienzo del día, los recreos, las horas de gimnasia… parecen ratas con parlantes, chillando y gritando sin parar. Luego está la otra tortura que es la obra en construcción pegada a mi departamento, un edificio de nueve pisos que va con la lentitud de un caracol. Es la segunda vez en mi vida que me pasa y si me toca otra vez ya he dicho que me pego un corchazo. Bueno, ahora no está andando y si bien me da pena saber que los albañiles no están cobrando, el silencio es la cosa que más felicidad me da en mi casa.

Todos los días a eso de las seis de la tarde llega un sonido medio borroso, como rebotado por los edificios, de alguien que canta un repertorio extremadamente melancólico. A veces lo acompaña una mujer. Violeta Parra, Mercedes Sosa, León Gieco, Silvio Rodriguez, Sui Generis. Van a lograr que odiemos muchas canciones hermosas.

Ahora ya no me despierto temprano, claro, y tampoco me duermo fácil a la noche. La noche tiene una dosis extra de silencio porque los vecinos de todo este pulmón de manzana, que ponen lo suyo, se van a dormir temprano o se quedan piolas, no sé, pero es lindo. De a ratos querría que esto no termine.

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