Estoy leyendo un libro de Nancy Mitford que se llama A la caza del amor.
Matthew, el tío malhumorado de la narradora, se ufana de tener una colección de piedras valiosas (tomadas de aquí y allá), exhibidas en una vitrina. Cada tanto van en grupo familiar a contemplarlas para alimentar la leyenda. Un día, llevan al tío Davey, un nuevo y fascinante integrante del clan, a que las vea. “Supongo que ya saben que están todas enfermas”, dice de inmediato.
Cierro el libro y pienso que me encantaría escribir algo con ese título: “Las piedras enfermas”. Y aquí estoy, en plena cuarentena, sin poder tipear ni una palabra. Quisiera pero no puedo.
Estar en casa siempre fue condición para concentrarme. Ahora bien… estar en casa hace tres semanas, imposibilitada de salir, sin mejor (o peor) compañía que yo misma, empecinada con llevar adelante mi vida tal cual era antes de todo esto, no me resulta para nada inspirador .
Cuando no estoy trabajando o atendiendo asuntos familiares, me distraigo con facilidad. Es que debo confesar que no conocía mi casa de día. Hablo (escribo) en serio. Que mi heladera hace un ruido aterrador fue toda una revelación. Que mis vecinos suben y bajan a cada rato, y a veces conversan en el pasillo, también. Y que el hecho de vivir en un piso alto con balcón me habilitara a espiar lo que hacen los demás en otros edificios, fue el súmmum.
Una tarde me focalicé en un cercano PH de dos pisos y descubrí que un hombre y una mujer suben todos los días a las 18 hs a caminar bajo la sombra en su pequeña terraza. No sé si son pareja, hermanos o amigos, ni qué edad tienen. Sostienen el ritmo al menos media hora, con una distancia de un metro entre sí, en la misma invariable dirección. Primero la mujer, luego el hombre. Y nunca cambian la rutina. ¿Por qué no van a la par? ¿Por qué no usan las diagonales? ¿Por qué no saltan ni corren? Desde entonces, espero la hora para observarlos. Los admiro, y los necesito como motor de algo que aún no arrancó en mí.
Es evidente que no quiero pensar. Esa acción requiere que traiga el pasado a mi presente o que intente diseñar un futuro. Prefiero retomar la lectura, mantenerme atemporal. Tío Davey insiste con que las piedras “están muy enfermas, y es demasiado tarde para cualquier tratamiento”. Sin embargo, tío Matthew las conserva con mucho cariño y orgullo. Será cuestión de indagar en mis propios tesoros y ponerme a escribir. A la misma hora, en una dirección precisa, a ritmo sostenido, como el de los caminantes anónimos.
@melinadorfman