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  • Por Diego Vega*

MISIÓN BOHEMIA

*Este relato resultó ganador del concurso de relatos infantiles 2019 convocado por CLIC Villa Crespo.

“¿Saben ustedes que durante una tormenta el león

da la cara al viento para que su pelambre no se desordene?

Yo hago lo mismo: doy la cara a todos los problemas:

es la mejor manera de permanecer peinado.”

Leopoldo Marechal

Para entrar a la barra siempre había que cumplir la misión. Una serie de desafíos por el barrio que todos los años iba cambiando. A mí me tocó un año bastante jodido.

La primera prueba aunque parecía la más sencilla no era para nada fácil. Tenía que entrar al San Bernardo, el bar de las mesas de pool y ping-pong, que para nosotros los más pibes no te digo que estaba prohibido, pero era toda una aventura. Si lograba colarme hasta el fondo sin que me chisten y me rajen tenía que encontrar al Master, que venía siempre a la tarde y se quedaba toda la noche, encararlo y pagarle los diez pesos que cobraba la hora para que acepte jugarme un partido de ping-pong. Ah, y meterle por lo menos cinco puntos. Algo que todo el mundo sabía que si él no quería, en realidad era imposible; así que me tranquilicé porque imaginé que habría alguna ayudita.

Con el primer punto que me regaló y el guiño de ojo izquierdo cómplice, supe que estaba buena onda y que tenía alguna esperanza. El partido no duró ni media hora, pero Oscar me tuvo piedad. La paliza fue 21-7. Nada mal para un pebete de trece años como decía él. A sus espaldas, los muchachos de la barra que estaban controlando todo no tuvieron más remedio que aprobarme el primer desafío.

La segunda era un poco más heavy. Había que meterse en la Alberdi y colgar en la pared detrás del escritorio de la bibliotecaria dos banderines: uno de los Movedizos y otro de los Dichosos. Todos sabíamos que Nilda odiaba las murgas, que siempre protestaba por el corso; y que aunque parecía buenita en realidad era un demonio al que no se le pasaba una. No era casualidad que la biblio estuviera en Acevedo 666, pero yo tenía, como escuché que dicen los grandes, un as en la manta. Me llevé a mi hermana chiquita que siempre le decía que cuando fuera grande quería ser bibliotecaria como ella y la tenía re comprada. Mientras Nilda fue a ayudar a Coquita a bajar ese libro colorido que quería y no alcanzaba por estar tan alto, le metí pata y en un minuto misión cumplida. En un toque saqué un par de fotos de prueba y los buchones que estaban de testigos tuvieron que tragarse sus risas.

—La tercera prueba, sargento, como ya se habrá imaginado, es la que me trajo hasta acá.

—Atrevidos los jueguitos, puedo ver. Pero no soy sargento, soy agente de policía ¿Adán me dijo que se llamaba?

—Sí, Adán, ya sé que suena medio raro pero bueno, se le ocurrió a mi viejo. Por un libro que le gustaba mucho. Y sí, la tercera era un poco zarpada la verdad, pero bueno, yo tenía que intentarlo.

—¿Pero cómo entró a la cancha? Al estadio me imagino que con entrada. Al campo de juego me refiero.

—Me colaron unos amigos, pero no le puedo decir quién fue.

—No se me haga el vivo que ya le avisamos a su padre y está en camino. Le espera un buen reto me parece.

—Sí, puede ser.

—Siga entonces, no importa como entró, ya lo vamos a averiguar. Después, ¿qué hizo?

—Me puse atrás del arco a chamuyarme al arquero que, entre nosotros, es bastante bueno, aunque un poco salame. Le hice un par de halagos y enseguida se comió que yo era funebrero. ¡Dios me libre!, como dice la nona.

—¿Nada más?

—Bueno, sí, primero me lo gané con el aliento: ¡Aguante Chaca! ¡Dale que a estos bohemios muertos los comemos crudos! ¡Esta cancha es de cartón! Esas cositas. El tipo me miraba desconfiado pero cuando le tiré con su propio apodo y un par de elogios se la tragó, pobre Pulpo.

—¿Pulpo?

—Sí, Pulpo. El Pulpo Minutti. Así le dicen.

—¿Y después? Vamos a lo importante, pibe.

—Y después le di el agüita. Hacía un lorca bárbaro y el tipo ahí parado al sol con cuarenta grados a las cuatro de la tarde seguro que no se iba a aguantar. La verdad no fue mi idea, pero era buena.

—Así que le dio el agüita ¿Y que tenía el agüita?

—Para ir al baño.

—¿Para ir al baño? ¿Laxantes?

—Creo que sí. La preparó la tía de un amigo. Pero el maldito Pulpo se aguantó todo el primer tiempo. Aunque ni bien pitó el árbitro se fue rajando para el vestuario.

—¿Y no se avivó?

—No, la verdad que no, habrá pensado que eran los nervios. Un clásico no es algo fácil señor comisario, digo señor agente. Y encima no era un clásico común, de esos que los puntos no sirven para nada. Si ganaban nos mandaban a la B y encima ellos quedaban punteros. Así que había que ganar o ganar.

—Entonces mucha misión, mucha misión pero usted estaba de acuerdo.

—Y más bien, en mi familia desde mi bisabuelo somos todos bohemios. ¿Usted es del barrio?

—Sí.

—¿No me diga que es gallina, bostero o algo así?

—Eso no importa, no viene al caso. Siga contando.

—No hay mucho más para contar. Yo tenía que distraerlo al tipo y creo que cumplí. Como lo del agua no funcionó tuve que recurrir al plan del trapo.

—¿El plan del trapo?

—Sí, el plan del trapo.

—¿Qué consistía en..?

—Nada, pasarle un trapito para que se seque el chivo de la cara. Con la vincha estaba bien pero con ese día y el buzo negro estaba hecho agua el chabón.

—¿Y el trapito tenía...?

—Ajiutarió.

—¿Eh? ¿Qué dijo? Hable más fuerte.

—Ají mmm…

—¿Ají?

—Sí, ají, ese chiquitito de la mala palabra que pica un poquito.

—¿Y le pasó el trapo justo antes del corner?

—Es que lo necesitaba comisario, eh, perdón, agente... era pura agua el pobre.

—Y ahí vino el gol…

—Sí, justito.

—Porque el pobre tipo estaba gritando y llorando porque no veía nada.

—Y bueno, son cosas que pasan.

La espera en la comisaría se estaba haciendo larga. Mi viejo llegó después de un buen rato y enfrente de los policías me pegó unos buenos gritos, aunque enseguida me di cuenta de que estaba actuando y que en casa no iba a ser tan tremenda la cosa.

Al final me dejaron salir y afuera el barrio era una fiesta por el partido ganado. Aunque habían anulado el gol por mi trampita, igual se lo dimos vuelta. Los pibes de la barra me aplaudieron como a un héroe. Yo me sentía un Dios. Misión cumplida.

En la puerta el policía sonreía, con el termo en una mano y un mate con el escudo de Atlanta en la otra.

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