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  • Maia Tarcic

PERROS Y DIVAS


Foto: Joaquin Fridman

Camino al supermercado, las calles están vacías. En mi misma vereda, del lado derecho, una puerta se abre, un hombre con barbijo, al verme, retrocede. Yo no freno, pero inclino mi cabeza hacia el lado izquierdo. Él entrecierra la puerta y espera a que yo me haya alejado lo suficiente para salir a tirar su basura.

Al llegar al supermercado, arriba lucen más brillantes que de costumbre las luces de tubo.

Me veo en el reflejo de la heladera de gaseosas, encorvada, despeinada, con el barbijo al revés. No lo acomodo, tengo miedo de infectarlo y que sea peor.

No miro a nadie y nadie me mira. Todos tenemos la mirada fija en nuestras manos, apuntando hacia el piso. La moral está herida. Somos perros castigados. Somos las divas con vergüenza.

Mientras, no me decido por ningún huevo de pascuas, tardo en el pasillo 4 sector G y por alta voz exigen circulación, que no se demoren en las góndolas, repiten. Tomo uno entonces, pero no lo elijo. Es mediano, con confites de colores de relleno.

Circulo, me pica la nariz, pero no me rasco. En la fila la distancia que antes nos parecía exagerada, ahora nos contenta. La cajera deja mi recibo en la mesa para que yo lo agarre. El señor que me precede guarda su documento en la billetera con dificultad porque las manos le tiemblan. Somos perros con sarna. Somos las divas con resaca.

Dicen que para que algo se convierta en un hábito se necesitan entre veintiún y sesenta y seis días. Que lo que sucede interiormente en el cerebro es que se forman nuevas neuronas ‘’entrenadas’’. Que depende de la insistencia y la perseverancia con la que se mantiene ese hábito.

Me pregunto si este miedo por tocarnos, incluso a mirarnos de cerca, se nos volverá habitual.

O si ya existía. ¿No se tratan de eso las redes sociales? ¿Conocernos de lejos? ¿Será ésta la revolución de los tímidos? ¿La emancipación de los antisociales? A partir de ahora nos saludaremos con un gesto?

Somos perros con bozal. Somos las divas más divas.

Volviendo a casa, con bastante peso a cuestas, voy frenando para descansar los brazos y la espalda. No hay nadie en la calle. Todo esta a oscuras, son las nueve de la noche. Siento miedo. Ese miedo de supervivencia que tenemos todas las mujeres al andar solas, en una calle. Inmediatamente me río al pensar en que bastaría con toserle en la cara al presunto agresor para que se aleje y me deje en paz para siempre.

Tardo más de lo normal en hacer las tres cuadras de distancia del súper a casa, un poco por el peso y otro poco porque disfruto del vientito en la cara. Hoy es además el primer día frío del año. Al llegar a casa, prendo las estufas, rompo el huevo, abro un vino. Mi novio, recién bañado y perfumado, me abraza por detrás y canta algo y yo suspiro.

Somos perros amaestrados. Somos las divas sin maquillaje.

Foto: Joaquin Fridman

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