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  • Por Camila Santos Viedma

SI TIENE SED, BEBA


La ruta de la sed en Villa Crespo ya tiene su tesoro. Y aunque a primera vista parezca escondido entre casas bajas y grandes estadios, es tan fácil de encontrar... Brilla como el oro, pero es líquido como el mar. Hablo de algo que puede parecer un bar pero no lo es; más bien un reducto de amigos, una reescritura en clave decadente de viejas pocilgas y grandes castillos… Sí, hablo de Beba, ¿cómo no hacerlo? Situado exactamente enfrente del Atlanta Boxing Club, en sus vidrieras se refleja un centro de nuevas imágenes, ese lugar donde alguien hace una pregunta que no acepta responderse, mientras algún curioso fija la mirada y se encuentra con bancos de chapa, mesas de chapa, barras de chapa... ¿Una cantina postnuclear? ¿Una sala de estilos expectantes? ¿Un recorrido por el arte del presente? Algo de eso, bastante de aquello, mucho de esto, nada del resto... una obra conceptual se construye en la idea, en el color del cristal.

Hace mucho, mucho tiempo, tanto antes de las actuales tendencias como del fenómeno barista, existían en Roma unos locales donde el placer se daba cita con su necesidad. Las thermopolias eran espacios donde se vendían bebidas y comida rápida para consumir en el lugar o para llevar si uno tenía apuro en llegar a destino. Vendían brebajes calientes en invierno y fríos en verano, vinos y licores dulces, jarabes especiados e hidromiel. Aquí también podían degustarse masas saladas rellenas de salchicha y verduras, antecedentes de las empanadas y pizzas actuales. El amplio paladar romano refinó las fauces del animal occidental… Las cuponae, más en la esfera de lo multitudinario, contaban con terrenos colectivos para pernoctar. Suerte de moteles con comida y bebida al paso que tenían a pie de calle mostradores que hacían las veces de barras. Este tipo de establecimiento estaba dirigido principalmente a gente de trabajo: pequeños comerciantes, artesanos, que hacían una pausa en su actividad para alimentarse. Un experto en leyes nunca habría caído en tugurios como aquellos… El elitismo también jugaba un rol en el rubro de la gastronomía de entonces: las cuppediae, tiendas con un fuerte sentido del lujo, donde asistían príncipes, militares y aristócratas de las familias más refinadas, y se servían comidas exquisitas y espirituosos traídos desde el Oriente y el África. Sus clientes ricos disfrutaban las veladas que normalmente eran dirigidas por los llamados mercaderes del espirítu.

Lejos del lujo y la ostentación pero cerca del refinamiento etílico, es justamente en este espacio que hoy presentamos donde estos nuevos mercaderes del espíritu (los que idearon esta cruzada de metal y cristal) emplazaron la ilusión de los nuevos bebedores. Ahí donde se dan cita los poetas nuevos, los mecánicos que, engrasados, necesitan olvidar repuestos para calentar motores, los pintores de caballete y los de batallas, los novelistas del ayer y los de pasado mañana, los farmacéuticos de la vuelta que inventan los mejores remedios para la vida de hoy, los ensayistas que ensayan un sistema, los escultores que dicen: “¡Cabeza, levantá cabeza!”, los abogados que buscan diversión y, claro, los tenaces payasos. Ahí se escucha una voz que dice: “Marche un cerveza para esa pareja en las sombras”, “marche un vermouth por esos tres que se miman”. Ahí es donde yo digo: “Marche una gaseosa para la niña que fui”. Y apuro: “Marche la oportunidad de unirse a un club”.

Podría escribir en verso una oda sobre este territorio llamado Beba (aunque conste que no soy poeta), pero prefiero la prosa que aclara el pensamiento y direcciona el andar. Cuantas veladas sutiles vienen a mi mente ahora. Recuerdo a aquellos estudiantes de teatro que en la noche amarilla esbozaron tediosas representaciones de operetas olvidadas, forzándonos a que los viéramos con lágrimas en los ojos y el corazón estrujado como una bandera. Oigo inventar a los más furiosos exponentes de la moda un nuevo término: dicen que Beba es la más radical expresión del lumpen lounge. Vaya una a saber que quiere decir esto (destesto los slogans) pero algo de eso resuena en este local. Ahí donde una música suave acompaña el murmullo, ahí donde una flecha cruza el espacio que separa el boliche de la vida. La calle se llama Humboldt y su número es el 371, que en numerología da 2. ¿Qué quiere decir esto? Otro día se los explico, cuando me los encuentre allí. Pero hay algo que sí les puedo asegurar: entre el espectro de la noche y el espejo de la refracción, habrá hielos para enfriar y hierros para sostener la propuesta de un lugar que permite ver, tocar, sonreír y darle al vaso el ángulo perfecto al efecto de beber.

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