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  • Foto del escritorMalena Higashi

MARÍA GAINZA

Actualizado: 4 mar 2021

HACE 20 AÑOS MARÍA GAINZA (PERIODISTA, CRÍTICA DE ARTE Y ESCRITORA) SE MUDÓ AL BARRIO DE CASUALIDAD Y DECIDIÓ QUEDARSE PARA SIEMPRE. EN SU LIBRO EL NERVIO ÓPTICO LAS REFERENCIAS A VILLA CRESPO VAN APARECIENDO AQUÍ Y ALLÁ. EL AMOR POR EL BARRIO Y UN SENTIDO DE PERTENENCIA SE INTUYEN EN SUS CUENTOS Y EN ESTA ENTREVISTA LO CORROBORAMOS: MARÍA TAMBIÉN AMA VILLA CRESPO.

En los mails de ida y vuelta previos a la entrevista María Gainza me había advertido que era bastante ermitaña, que no era de salir mucho por el barrio. “Soy la loca que está metida en su jardín”, dice cuando finalmente nos encontramos. “Siempre estoy acá, disfruto un montón de mi casa”, se justifica. En el living hay dos bibliotecas plagadas de libros, sillones acogedores y un rincón de lectura junto a la ventana. Y el jardín, claro. Cualquiera se volvería ermitaño con semejante invitación al silencio y la lectura. Pero por supuesto hay una vida por fuera de la casa. María cuenta que el 90 por ciento de El nervio óptico lo escribió en Malvón, cuando todavía no era tan famoso y las mañanas ahí eran tranquilas. Y que organizó su vida en función del barrio: el psicólogo, la editorial Mansalva donde publica, la pileta a donde va a nadar, el colegio de la hija, su pediatra… todo queda cerca. Y le gusta ir caminando.

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“Te gusta tu barrio, de hecho te encanta, y no tenés pensado mudarte nunca, aunque tu madre piense que vivís en la frontera con el indio”, dice la narradora en ese cuento en primera persona que se llama “El encanto de las ruinas”. María se mudó de casualidad con un novio hace casi veinte años. Vivía exactamente en la misma cuadra en la que vive ahora. A los 18 años, buscando un lugar para mudarse, encontró este terreno. Una casa vieja como de campo pero en el centro geográfico de la ciudad. Había recibido una herencia misteriosa, caída del cielo, y con esa plata compró el terreno meses antes de la debacle del 2001.

El vínculo con Villa Crespo tiene mucho que ver con los amigos y la cercanía: “Tengo una obsesión con la gente que vive cerca. Si sos del barrio, me caés bien enseguida. Desarrollo amistades muy fuertes con la gente que vive cerca. Tenía un amigo que descubrí que vivía a dos cuadras, lo torturé todo enero porque yo estaba acá, sola y aburrida y todos los días lo invitaba a comer canelones, a que hiciera un asado, me gusta mucho que me visiten de noche porque es un laburo muy solitario escribir. Además, como no tengo mucha red familiar, intuitivamente desarrollo una red de amigos del barrio”. Como queriendo sintetizar toda esta obsesión, tira una frase que parece un eslogan: “Mudate al barrio y te quiero más”. “Te adopto. Tengo un mapa mental de mis amigos que viven cerca, tengo varios. No me gusta nada cuando se van. Federico Peralta Ramos decía: “A mí me gusta acá”. A él no le gustaba nada la gente que se fuera del país. Yo pienso lo mismo, en especial con la gente que se va del barrio. No entiendo por qué alguien querría irse”.

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Se dijeron muchas cosas del El nervio óptico: que es una guía subrepticia de los museos públicos de Buenos Aires, que inaugura un género en el que se cruzan la historia del arte y la crónica íntima... Es un libro plagado de referencias pero citadas de forma tan amable que no resultan abrumadoras. El escenario de los cuentos de El nervio óptico son los museos pero también los barrios exclusivos de la clase alta en donde empiezan a colarse referencias a Villa Crespo. Entre mis preferidas está la de Habibi, un restaurant al que las protagonistas de “El buen retiro” iban cuando lograban juntar los puntos de “Pasajero constante” en las primeras épocas del radiotaxi (una especie de pasajero frecuente, en donde en vez de juntar millas te regalaban cenas). Lo elegían “porque a Alexia le gustaban los ambientes exóticos y a mi la decadencia”. Pasan los años y el barrio sigue conservando algo de esa atmósfera.

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Pero el barrio también cambió mucho. Sin ir más lejos, la zona cercana a la casa de María se llenó de outlets. “Estoy construyendo una especie de barricada tratando de que no avance”, dice entre risas pero muy en serio. “En realidad la zona de los outlets ocupa sólo un par de cuadras. Esa zona, de noche, con las persianas de los locales bajas, es un poco desangelada. Pero de día, tiene su gracia. No me gusta pensar que todo tiempo pasado fue mejor. Me parece que es un pensamiento aburrido y estanco”. La practicidad del outlet tiene para ella cierto encanto: “Te salvan de miles de apuros, sumado a que ofrecen segunda selección, es decir, rebajas y tienen siempre todo un poco atrasado en la temporada, un poco fuera de moda. Quizás ésa sea la parte decadente que me atrae. La decadencia como la pérdida progresiva de fuerza, importancia o perfección”.

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Entre las pistas barriales que se insinúan en El nervio óptico hay un personaje entrañable. Se llama Vicente y vivía en un auto destartalado justo frente a la casa de María. “Era como un dandy: pulcro, inmaculado, fachero. Un tipo alto, flaco, de ojos claros. Era un esteta que cuando salía de mi casa me decía “María, pintá el frente, no te hagás la pobre”, porque no le gustaba que no estuviera pintado”. El cuentito, tal como aparece en el libro es un hecho real. En un momento, a la casa de al lado se mudó algún político y se convirtió es una especie de búnker. Hacían fiestas, las paredes temblaban y empezaron a circular Audis polarizados en los alrededores. Un día este vecino le toca el timbre a María y le comenta que hay que hacer algo con Vicente. Ella se niega rotundamente; a las dos semanas Vicente desaparece y no vuelven a saber de él. Por suerte, al tiempo, el político también se va. La escena del supermercado también es real. Vicente entra al chino a pedir cigarrillos; las mujeres en la cola comentan: “Pensá que Vicente tenía todas las minas del barrio”. Y ahí estaba María con la oreja bien atenta, haciéndose toda la película de este tipo que ya no se sabe dónde está. “A Vicente le pasaba igual que a mí, no se quería ir de su cuadra. Había vivido enfrente y los avatares de la vida lo llevaron ahí, al auto. Cada tanto venía un sobrino suyo. Se juntaban en la esquina, en el rincón que yo llamo “la oficina”. Es un Laverap con un lugar bastante cómodo para sentarse adelante. Vicente se sentaba ahí con el sobrino y a veces peleaban. Era la única vez que lo veía así, enojado”.

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Es difícil encasillar el tipo de escritura de María Gainza. Pero en principio, Textos elegidos 2003-2010 es un “greatest hits”, una selección de sus reseñas y textos de catálogo mejor logrados (30 artistas argentinos; la selección se inicia con Federico Peralta Ramos y termina con Matías Duville); en El nervio óptico la serie de 11 cuentos, mezcla de autobiografía y visita a los museos, son también pequeñas tragedias, desencuentros familiares y de amistades; la enfermedad está latente, así como también el clima enrarecido que aporta la nevada en Buenos Aires, o aquellos días en los que la ciudad convivió con las cenizas de la quema de pastizales.

Siempre quiero saber de qué viven los escritores, qué hacen con su tiempo. En este momento María está trabajando en una novela sobre falsificadores. “Me encantaría hacer una novelita bien redonda, casi anticuada te diría, pero no me sale. Entonces intento convertir las limitaciones en fuertes. Trabajar con mis errores hasta que parezcan intencionales. La historia de mi vida ha sido eso, confiar en lo que me sale a mí”. ¿Otros proyectos? Un texto largo para un libro sobre Alberto Goldenstein; una publicación sobre artistas plásticos argentinos dirigido a estudiantes de escuelas públicas primarias de todo el país, y otro puñado de cosas que prefiere no difundir porque aún no están confirmadas.

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Me voy y María me acompaña hasta la salida; desaparece detrás de ese portón que, según Vicente, necesitaba algunas manos de pintura. En el camino de vuelta hay paredones pintados: Mao, Fabrice Bousteau (un periodista que dirige una revista de arte, la Beaux Arts Magazine). En esta zona de casas bajas, se pueden apreciar bien la altura de los árboles más otoñales del barrio y el cielo. Si el atardecer se ve así de despejado, ese atardecer de pinceladas tranquilizantes, puedo entender perfectamente que María sea la loca del jardín.

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